eso que se lleva tan bien con
todos y todos tan bien con
ella.
A estas alturas se
preguntarán si también
tengo gato. Sí, lo tengo,
aunque nada tiene que
ver con aquel vecino
de Angora que tuve
por esporádico y
añorado visitante,
gracias al cual me
reconcilié con muchas
sensaciones de la niñez y
recuperé una admiración infinita por el caminar
inaudible y las miradas cautivadoras de un animal
superlativo, inteligente, calculador, armónico,
flexible y ágil. Sin lugar a dudas un representante
exclusivo de la evolución más exigente.
Mi gato no es así.
Garfy
es muy paciente, no se
escapa cuando le parece bien y sus ojazos no
dejan de destilar una retranca fina y conspiradora.
Cuando Marta me lo entregó, en uno más de mis
cumpleaños, hizo especial hincapié en que el
mensaje escrito sobre la camisola no era fruto del
azar: “
I’m not fat. I’m under tall
!”. Sí, tenía razón; lo
que acontece en la vida tiene siempre una
explicación más elaborada que la obvia, un
segundo punto de vista, un perfil que reinicia la
esperanza.
No voy a aburrirles con el relato detallado de las
cualidades positivas de cada uno de mis animales.
Comprenderán mis razones si les digo que aún
podría presentarles cuatro osos, un koala, una
jirafa, una oveja, un loro, un mono, una rana, un
conejo, un potrillo y una rata juguetona. Tampoco
les voy a tratar de explicar, porque sería incapaz
de resolverlo con la eficacia que merece, el afecto
inmenso que han demostrado mis amigos al ir
añadiendo poco a poco, con
discreción, tacto y tiempo,
representantes
variados a mi
simbólica
colección de
peluches. Me queda
grande también
justificar
explícitamente
este amor
incondicional
con el
suavísimo
tacto y la singular flexibilidad adaptativa
de su estructura. No, sé que hay más y
por ello no me resisto a contarles el
resto de la historia.
Aquella mañana estaba destinada a
resolver de una vez el jeroglífico
de los últimos regalos de Navidad.
El destino, que no el cálculo, me
llevó a una calle de Madrid de la
que, por razones prácticas,
normalmente me limitaba a visitar
la parte más cercana a la glorieta de
Iglesias. Pero ese día una insatisfacción
oscura me llevó a cruzarme de acera y
dedicar un rato a explorar escaparates. Conocía la
existencia de aquella inmensa tienda que con tan
buen gusto presentaba sus productos y tengo que
reconocer que no era la primera vez que la
tentación había surgido en mi interior. El recuerdo
vago pero activo de aquel pequeño oso de peluche
de mi niñez se revolvía quisquilloso de vez en
cuando en mi mente, pero quién podría entender
que en mi cerebro de adulta tuviese sentido esa
llamada nostálgica. No era razonable y por tanto no
cabía otro comportamiento que olvidarlo, había
resuelto siempre con puntualidad.
Esta vez me permití no bloquear las sensaciones, me
detuve unos segundos ante la tienda de regalos y
decidí entrar, aun sin saber qué buscaba en realidad.
Repasé el primer espacio con minuciosidad y entré
en el segundo convencida de que la visión
panorámica de la exposición tampoco iba a
ofrecerme nada especial. Me equivocaba.Al
enfrentar la pared oeste del repleto bazar, una figura
blanca de pelo largo y flotante capturó del todo mi
atención. Me acerqué expectante, y aunque habían
transcurrido muy pocos segundos de su
descubrimiento, fui consciente de que nada
importaba para mí más que él.Al rodearlo con mis
brazos pensé que nadie en el mundo podría
separarnos. El vacío no iba a mantenerse ni un
minuto más; había llegado el momento de romper el
dique y escapar de una añoranza que había
mantenido en el más férreo de los secretos; 30 años
de ausencia habían sido suficiente castigo.
Me acerqué al mostrador, indiqué al vendedor que
Yosy
se venía conmigo.
-¿Se lo envuelvo para regalo? –me preguntó satisfecho
y con una leve entonación castiza.
-Sí,… por favor – acerté a contestar tras una levísima
duda.
n
24
Pliegos de Rebotica
2019