Revista Farmacéuticos - Nº 137 - Abril / Junio 2019 - page 23

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ada despista su mirada. Enclavada en
un gesto de afirmación rayano en la
obstinación, se revela defensora
implacable de aquellos que lo
acompañan, aquellos que velan la
estancia y como él la llenan de color. Se llama
Pancho
.Y se llama así desde el minuto uno en que
nos presentaron; aquél, ya lejano, en el que mi
amiga Rocío puso en mis manos el voluminoso
regalo de cumpleaños. No pregunté el porqué de
ese nombre, y no lo hice porque lo encontré tan
perfectamente apropiado como ajustado a mis
propias sensaciones sobre él. Desde ese momento,
muy alejado en el tiempo pero muy cercano en la
sensación de comprensión que el regalo
significaba,
Pancho
me ha acompañado siempre, ha
viajado conmigo de casa en casa, de refugio en
refugio, sabiéndose un integrante más de mi selecto
reguero de amigos.
En pura apariencia, le sobra piel, lo sé. Pero este
exceso no es más que el exponente más notorio de
su raza y, a la vez, el rincón oculto donde poder
envolver las caricias que provoca. Las orejas, caídas y
cortas, enmarcan unas facciones intensas de perro
Sharpei; en el manto gris de su pelaje enmarcan su
intensidad gestual dos manos poderosas que no
hacen sino indicar una absoluta disposición al salto,
sea cual sea la necesidad; en la expresión facial
sobresale notoriamente el hocico negro, ese punto
magnético que termina por recabar mi atención
puntualmente y que siempre imagino húmedo y frío.
Desde el fondo de una oscuridad infinita, su
penetrante mirada supervisa la entrada del foráneo
y recupera para mí la sensación de retorno al nido,
de acogida inmediata y de afable bienvenida.A más
de uno le ha corrido
por la espalda
un chispazo de
alarma y ha
confesado una
genuina sensación
de temor al atisbar
las facciones de
Pancho
al final del pasillo, esperando paciente sobre
el brazo izquierdo del sofá.
–Está ahí por eso –respondo con ironía cada vez que
alguien se atreve a manifestarse en voz alta sobre el
susto inicial.
Probablemente hay un placer oscuro y primitivo en
devolver así, con una frase tan simple, la sonrisa al
visitante y ver como su rostro recupera el color tras
la evidente puerilidad de su reflejo defensivo.
No es mi único perro, qué va.También está
Boris
, un
precioso
hasky
de manto negro y llamativos ojos
azules del que me enamoré nada más verlo y que, a
los pocos días de ese primer encuentro, recaló en
casa por sorpresa de manos de mi amiga Concha.
Luego está
Panchillo
, que no es el duplicado de un
supuesto hermano mayor sino un pequeño
saltimbanqui que, sin posición definida, merodea de
sillón en sillón hasta que en cualquier despiste lo dejo
sepultado entre la ropa de cama.A
Niche
tengo que
desalojarlo todas las noches de su posición de
vigilancia sobre el edredón, y sé que cualquier día
protestará enérgicamente y se negará a emprender el
rutinario circuito al que le someto.
Entre la muchachada que habita mi casa no puedo
dejar de destacar, y no es fácil sobresalir en el
conjunto, a la dulce
Tina
. Es una mariquita muy
particular. El aparente caparazón rojo salpicado de
puntos negros, en realidad la particular
representación de sus élitros, atrapa la atención de
inmediato. Desborda simpatía; solo con ver la
enorme línea convexa de su boca, destacando en
el óvalo cuasi perfecto de la cara una tiende
inevitablemente a contagiarse y sonreír
con ella. Desde la parte superior
de su cabeza se elevan unas
enhiestas antenas negras
capaces de detectar, bien
lo sé, todo lo que
ocurre a su
alrededor.
Será por
Mª Ángeles Jiménez
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Pliegos de Rebotica
2019
Yosy
y sus amigos
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