Revista Farmacéuticos - Nº 137 - Abril / Junio 2019 - page 27

en espiral hasta,
aquella tarde remota en que su
padre lo llevó a conocer el hielo
, y exultante de
alegría, Devoralibros nada hasta donde Deborah
Reef la observaba y estampa un beso húmedo en
el cristal de la pared.
Muchos años después
, el
oscuro pez macho se atrevió a devorar aquel
papelito en que
el Coronel Aureliano Buendía había
de recordar
.
Difícil de creer, pero así ocurrió. El caso es que
había funcionado y Deborah recuperó el ímpetu,
las ganas de gritar, de contarlo al mundo: los
scarus de origen transgénico eran sensibles a la
calidad literaria de los textos que devoraban.
Entusiasmada ante la posibilidad de validar una
hipótesis demoledora puso bocabajo la caja de
efectos personales que se trajera del laboratorio
y seleccionó algunos mails que imprimiera antes
de formatear el disco duro. Mensajes trufados de
amor de Cristo que la científica con corazón de
poeta guardaba bajo siete llaves. Palabras de
amor que la poetisa con corazón de cortesana
releía al calor desnudo de las sábanas antes de
diluirse en el sueño.
Y con los dedos cruzados y el
mail más romántico del
profesor Cristóbal Schwartz
hecho pedazos, la
investigadora se plantó frente
al acuario y cerró los ojos. El
último test. Por favor, por
favor. La última prueba. Fue
lanzar los trozos al agua y
ambos scarus se
precipitaron a
devorarlos.
Devoralibros, más
rápida,
quiero
aprender a hacer el
amor contigo
, iba
ya por el
segundo,
odio tu
adorable
inteligencia
, o
por el tercer
plato, tu luz en
la arena
confundían mis
deseos
,
cuando saciada de emociones brincó sobre la
superficie libre y honró a Deborah Reef con un
aurresku de ejecución impecable. Tal como lo
cuento. ¿El scarus macho? Todavía estaba dando
cuenta de,
necesito que me enseñes a amar
,
cuando la intrépida hembra, engalanada con
escamas blancas y ceñidor rosa, se precipitó
sobre él y lo arrastró al suave murmullo de roca
y arenas blancas, cuasi lunares, que conformaban
el fondo del tanque.Y allí lo retuvo hasta que se
ganó la libertad, reinsertado en un auténtico
macho alfa de Scarus transgénico: familia
Scaridae, orden de los Perciformes.
Cuando Deborah presenció la eclosión de
miríadas de huevos transformados en puntos de
luz que sublimaban el acuario y se desplazaban
en el aire tenía los ojos requemados por la
fiebre del conocimiento. En aquellos segundos
irrepetibles, la urgente necesidad de comunicarle
su triunfo al Dr. Cristóbal Schwartz, la consumía
por dentro. Los peces transgénicos no eran
estériles, ni impotentes. Estaban capacitados para
procrear. ¿Lo veía el Dr. Schwartz? Ves Cristo,
como hasta los peces saben amar.
Tal vez el secreto radicara en seleccionar buenos
libros.
Tal vez el milagro naciera de las palabras de
amor. Deborah enloquece y piensa que quizás la
potencia del amor sea sólo eso: un hombre o
una mujer o dos hombres o dos mujeres que se
hablan, que se escuchan, que se escriben, que se
leen. Sin pensárselo dos veces le facturó por
correo urgente un primer paquete con tres
libros:
Lady Chatterley, Madame Bovary
y
Ana
Karenina
. No hubo necesidad de procurarle un
segundo envío. Aquella misma semana, Cristo
completó aquel episodio de amor que me venía
debiendo.
n
27
Pliegos de Rebotica
2019
Segundo Premio:
XII Certamen de
Relato Corto
Fundación Villa
de Pedraza
(Segovia)
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