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Pliegos de Rebotica
2019
A
A
fuera ululaba el viento. Las chimeneas
trabajaban a pleno rendimiento. Caía la
noche. Las almas decentes ya estaban a
cubierto. Las que no lo eran tanto
vagaban entre las sombras. Traían
mandados. Ejecutaban los planes. Escuchaban bajo
los alfeizar de las ventanas. Aguardaban
acontecimientos. Esperaban saber datos certeros
sobre el destino. Dentro, ajenos al espionaje, dos
abuelos comían su sopa de ajos y se echaban el
aliento apestoso el uno al otro.
–Apetece bien caliente, para caldear los
huesos.
–¿No lo habrás dicho como indirecta?
–¡Qué va! Tú solo eres una maldita calavera
desdentada.
–Pues anda que tú.
Desde siempre, los viejos cascarrabias se
picaban con asuntos de bellezas viejas pues los
espejos se rompían antes de devolverles la
realidad. Las malas lenguas decían que era
porque el mismísimo Satanás no se
sentía a gusto entre esas paredes y que
la señora de la guadaña se había
declarado en huelga porque llegaba a
liquidarlos –tanto daba cual– y le
resucitaban antes de que alcanzaba la
puerta. En tales ocasiones las
carcajadas huecas producían un
silbido de ultratumba que no invitaba
a la dama a regresar.
Por eso cuando recibió la orden de
rematar la faena escuchó los
consejos de los sabios, hechiceros,
brujos y demás seres emparentados
con el más allá. Meditó durante al
menos cuarenta días, los necesarios
para purificar su alma. Estudió las
leyes de la alquimia y los tratados sobre
pócimas milagrosas recordando
venganzas sangrientas, muertes
fulminantes y suicidios a los que había
llegado –demasiado tarde y como simple
espectadora– para atrapar al espíritu en un frasco
de cristal y llevarlo al purgatorio.
Urdió su plan con notable satisfacción pues el
cianuro era veneno rápido y los viejos cuando
tenían sopas no hablaban ni por casualidad. En un
amén Jesús rebañaban el plato y solo después
reanudaban la conversación.
–Huele a almendras ¿las echaste tú?
–¿Yo? Qué va. –paladea despacio– Sabe amarga
la condenada.
–Lleva cianuro, idiota. Mira que te dije mil
veces que la probaran antes los ratones.
–Y desperdiciarla así cuando solo estamos
nosotros.Yo no fui así que eres
tú quien quiere matarme.
–Y matarme yo también
de paso. Te lo has creído. A
mí no me facturan al otro
barrio todavía. A lo mejor
son cosas nuestras. La
memoria no es lo que era, el
paladar tampoco.
Bajan el plato al suelo y
esperan que sirva de
reclamo.
–Envidioso.
–Mal nacido.
–Te jorobarás porque no hice
testamento a tu favor.
–Ni yo.
Un grupo de ratas de laboratorio con las
que ya habían probado el elixir de la
eterna juventud sorben en el plato y caen
panza arriba. Los viejos se miran. Callan
unos segundos. Ríen con esa risa histérica
que precede a la tragedia.
–Estás ya más muerto que vivo. Cualquiera
diría que te has escapado de una tumba.
Lourdes Aso Torralba
Efectos
secundarios