Revista Farmacéuticos - Nº 137 - Abril / Junio 2019 - page 20

Roncesvalles se hizo eterno.Viajábamos de
noche, durmiendo de día. Sentíamos el aliento de
los esbirros de la Inquisición en nuestros
pescuezos. Entrabamos como peregrinos de
manera individual en los pueblos del trayecto
para hacernos con algo de comida, salvo que
encontrásemos sustento en los campos del
camino. Noticias, preferíamos no escuchar, pues la
caza al Templario se había hecho costumbre
nacional. Pero teníamos órdenes que cumplir.Y
casi dos meses después de nuestra partida,
pasamos Roncesvalles.
En la Antigua Hispania nos sentimos seguros. La
frontera la pasamos fácilmente, y nos propusimos
atravesar cuanto antes los diferentes reinos hasta
Fisterra: Navarra, Castilla, León y Galicia.
Queríamos llegar rápidamente a Puente la Reina,
y comenzar un tranquilo peregrinaje hasta
Santiago. Pero la fuerza del destino nos tenía
otros designios predeterminados, y aunque
dudamos en un principio si recurrir a nuestros
hermanos del Temple, los cuales en España no
padecían tan duramente los grandes golpes
sufridos en Europa, decidimos cumplir la orden
primigenia, y una vez encontrado al nuevo
custodio (por cierto, ¿quién?), veríamos como
encauzar nuestras vidas. Pero los miembros de la
Inquisición Francesa no se dieron por vencidos.
Ellos también cruzaron la frontera, y con el apoyo
de algunas órdenes religiosas estrictas,
comenzaron a placarnos, teniendo tres
encuentros como en Orleans, en el que si bien
nos llevamos algún golpe o cuchillada, nuestros
contrincantes entraron prematuramente en el
infierno gracias a nuestras espadas. Se acercaba el
tercer mes de nuestra partida, cuando desde una
colina a las afueras de la ciudad de Santiago,
vimos las torres de la catedral. Saltos. Abrazos.
Carrera jubilosa cuesta abajo. Fisterra
estaba a unos días de marcha. Atravesamos
las puertas de la ciudad, y cuando
enfilamos las callejuelas rumbo a la
catedral, fuimos rodeados por una
mezcla de peregrinos, religiosos y
pedigüeños, los cuales se
abalanzaron sin darnos tiempo a
reaccionar. Hernán quedó tendido
en el suelo, debajo de una masa de
gente que le sujetaba manos y piernas, y
rápidamente le introducían en una casa cercana,
desapareciendo de la vista en pocos segundos
desde el inicio de la algarabía, mientras yo,
abandonando todo, salvo la bolsa con la Copa,
corría frenéticamente al interior de la catedral.
Tenía pocos segundos para pensar, pues aun
estando en suelo sagrado, mis perseguidores
accederían sin ningún problema, bajo el amparo
de la Inquisición Francesa.
Y de repente, la oscuridad. Desperté en lo que
parecía un sótano. Desde luego, las paredes sin
ventanas, de piedras grandes y rectangulares,
indicaba una sala grande, llena de… mesas y
algunos aparatos de tortura como los que había
visto en París. Dos frailes sentados nos miraban.
Entraron cinco personas más, dos de ellos con la
indumentaria religiosa inquisidora, y los otros tres
con ropaje de trabajo, de verdugos. La primera y
única cuestión era muy simple: ¿Dónde está la
Copa? Hernán y yo nos miramos. Sin palabras,
nos despedimos. Era la primera vez que veía una
lágrima resbalando por la mejilla de Hernán.
Un joven párroco, salido no hace todavía ni un
par meses del Seminario, ha recalado en la
Catedral de Santiago de Compostela para
empezar su labor pastoral, junto con el resto de
sacerdotes de la parroquia. Ha coincidido su
llegada con el fin de la restauración del Pórtico
de la Gloria, recuperando la piedra sus colores
originales, anunciado a bombo y platillo en todas
las cadenas de radio y televisión.Y ahora ya
puede ser visitado de nuevo por el público. El
mismo día que llegó, cuando otro párroco
entrado en años le enseñaba toda la grandiosidad
de la construcción catedralicia y las capillas
anexas, le llamó la atención una pequeña copa
metálica que estaba en un rincón, junto a la pila
bautismal, en la Capilla de Santa María de la
Corticela. La recogió, la acarició con sus manos,
y su alma se enamoró de ella. “No es más que
un copón viejo, seguro que de principios del
siglo pasado” le explicó su compañero. Pero
desde ese día solo oficia las Misas con
las Sagradas Hostias que deposita en
esa vieja copa metálica. Todavía no
entiende el motivo.
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Pliegos de Rebotica
2019
Finisterre: el fin del mundo
Francisco de Goya - Escena de Inquisición
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