Revista Farmacéuticos - Nº 137 - Abril / Junio 2019 - page 16

–Mira quién fue a hablar. Si tú hasta llevas
restos del sudario pegados a la osamenta.
–Lo que tú digas, pero esto está envenenado.
–¿Y quién te ha dicho que vaya a matarnos el
veneno? En todo caso, buen provecho haga. Seguro
que nos engorda, que falta hace.
–Te creería si no me doliera la barriga.
–Pues lo que yo te digo. Te está engrosando de
repente. ¡Mírate! Pareces un globo a punto de
volar.
Y tanto se ríe el viejo del otro que se le saltan las
lágrimas de las cuencas vacías y van a caer dentro
de la sopa.
Pasan unos minutos y al no notar nada más, cogen
las cucharas y juegan a ver quién termina antes el
plato. Después meditan.
–Alguien ha querido matarnos. Seguro que es la
urraca de la guadaña otra vez. Mala bruja.
–Pues habrá que hacerle creer que nos hemos
muerto de verdad. ¿No te parece? Sería divertido
observarla, esperar a que se confíe y matarla de
un susto.
–Que caiga en su propia trampa.
–Que se entere de una vez que nosotros
somos inmortales.
–Que no ha podido con nosotros.
La parca negra no puede creérselo. No le hace
falta hacer acto de presencia para saber que no ha
logrado su objetivo, que los viejos han vuelto a
jugársela otra vez. Aún en la distancia, escucha la
música de sus huesos descoyuntados de risa. El
cianuro los ha teñido de color verde fosforito y
cada vez que se mueven, desprenden como un
halo luminoso que prolonga sombras
chinescas sobre la pared. Se
entretienen como niños sin
acordarse de la hora de dormir. Las
cosquillas les recorren los tuétanos, los
vecinos les llaman al orden y al no
obtener resultado alguno, conminan a la
autoridad policial a que les cierre la boca.
–¿No saben ustedes la hora que es?
Sus vecinos necesitan descansar y con
tanto alboroto no pueden pegar ojo.
Los viejos, más sordos que tapias, continúan
riendo como niños.
–Vamos a tener que
detenerlos.
¡Documentación!
Esos gestos si los captan
y uno de los viejos
marcha desnudo hasta
alcanzar el mueble del
salón. Saca unas partidas de nacimiento del año mil
quinientos treinta y se la tiende al agente.
–Aquí tiene, señor agente.
Es entonces cuando un guardia mira al otro y se
percatan de la desnudez absoluta por lo que
añaden.
–A los cargos por intoxicación acústica
sumaremos el de escándalo público por ausencia
de vestimenta.
Echa la mano a las esposas que forman parte del
uniforme, insta al primer viejo a que le preste las
muñecas para proceder a la detención y con la
misma facilidad que uno acciona el chic del cierre,
el otro se desprende del metal.
El segundo viejo se deshace en aguas. Está sudando
el cianuro por los poros del sudario y de su boca
desdentada salen espumas verdes que espantan a
los agentes tan curtidos en primeros auxilios.
–No me sentaron bien las sopas. ¿Sabe usted
que estaban envenenadas? ¿Se lo puede creer?
Pues aún así y con todo, míreme lo enterito que
me mantengo. Sólo un ligero mareo pero
enseguida se me pasa. ¿Es usted doctor? ¿No?
Lástima. Haría carrera con lo de hoy. Caso único.
Habría podido presumir de haber resucitado a un
muerto y, créame, eso no sucede todos los días,
no señor.
Mientras tanto y siguiendo el protocolo, el agente
saca la máquina para teclear la fecha de nacimiento
y nombre completo del acusado en busca de
antecedentes.
“Individuo
desconocido,
individuo desconocido, individuo
desconocido”
–¿Y ahora qué hacemos?
–le pregunta al superior.
–Pues que pregunta.
Llevárnoslos al calabozo.
A los viejos les divierte
la excursión. Llevan sin salir de
casa más años que Matusalén y no
se han montado en un vehículo tan
brillante como el de los agentes.
La señora de la
guadaña sonríe. Sólo
tiene que provocar un
accidente, estampar el
coche contra una
farola, colocarlo
debajo de las ruedas
16
Pliegos de Rebotica
2019
1...,6,7,8,9,10,11,12,13,14,15 17,18,19,20,21,22,23,24,25,26,...52
Powered by FlippingBook