purísima arena todo lo que mastican y defecan
—los pechos de Deborah apuntando al
profesor, su cuerpo cubierto de destellos
blancos, bien podría pasar por una
antiquísima figura rescatada de algún campo
arqueológico; ¿una diosa egipcia?: la diosa Isis
tampoco llevaba ropa más allá de la cintura…
El científico recupera el resuello. Enhebra el
hilo del discurso. Tartamudea. Intuye que
podrían utilizar esta singular
especie para reciclar papel en
proteínas de alto valor; sí. Madura
la idea, le da forma y se la expone
a Deborah— Ccccreo que
elegiremos al pez Scarus para el
proyecto.
La lluvia de confeti sobre el azul
del acuario hace que los peces se
arremolinen en torno al maná que
les cae del cielo del salón.
Acostumbrados al purísimo papel
de 80 g. con que los alimentaban
en el centro de investigación, esos
pedazos asimétricos que les ofrece Deborah les
provoca cierto recelo. ¿Consecuencia de las
tintas de imprenta? Toda mutación ejerce efectos
colaterales y podría darse el caso que hubiesen
desarrollado capacidades cognitivas impropias de
un pez. Se arremolinan en torno a los cachitos
de fuego y furia
, se aproximan,
soy un genio muy
estable
, abren bien sus diminutos ojos,
podemos
pasar un buen rato
, y algunos, los más osados se
atreven a seguir devorando,
he sido una estrella de
televisión
. Cualquiera fantasearía con que los
scarus habían aprendido a leer. Porque a
Devoralibros le bastó con probar un pedacito,
he
ganado millones y millones
, para regurgitarlo de
inmediato y precipitarse a plomo contra el
sustrato rocoso del tanque. Muy enfadada, sus
escamas mutaron a un negro humo. Hembra
astuta; un ojo abierto. Al rato dos scarus machos
aparecieron flotando en la superficie; pero para
entonces, yo ya me había acostado.
—Háblame de su ciclo reproductivo, Cristo —al
relente de circunstancias muy íntimas, el Dr.
Cristóbal Schwartz se convertía en Cristo para
mí. Mi Cristo—. Cuéntame cómo se aparean.
Fue hace diez o doce años. En noviembre, en la
última visita a las Maldivas, en la última vez que
lo intentaron juntos, en la lujosa suite del
COCO PALM, frente a unas dunas donde
cualquier ola quisiera morir. Con el deseo
desfondado entre las piernas, el profesor
Schwartz se recupera del último esfuerzo por
apaciguar aquel cuerpo cruzado bocabajo sobre
la cama revuelta. Comoquiera que sea, el ciclo
biológico del pez scarus lo desarrolló de un
tirón sin ningún contratiempo.
—A los scarus tampoco les resulta fácil
acoplarse. Ten en cuenta que algunos nacen
como hembras y acaban por convertirse en
machos. —El Dr. Schwartz, insigne ictiólogo, le da
la espalda a Deborah para consultar el reloj en la
mesita. Nunca imaginé que se estaba justificando.
Al despertar, dos machos más yacían muertos,
escorados de costado sobre la superficie.
¿Estresados por la lectura? Me da a mí que no.
Pero el método científico prescribe que el
resultado debe coincidir tras varios ensayos
antes de aventurarse a formular una hipótesis
válida. De acuerdo entonces. Deborah Reef,
científica con corazón de poeta, poeta con
corazón de cortesana, cortesana con corazón de
amante locamente enamorada de Cristóbal
Schwartz, encamina sus pasos al mueble librería,
sección “libros que no olvidaré en la vida”, toma
un ejemplar de
Cien años de soledad
, y con una
lágrima en cada mejilla, arranca la primera hoja y
la hace pedacitos. Con el puño apretado de
confeti y las dudas palpitando en mi pulso
observo la mirada de mi pequeña Devoralibros,
con toda la curiosidad de su mundo dilatada en
el alfilerazo negro de las pupilas.
La sopa de letras con que Deborah alimentaba a
los peces destilaba esa luz irisada de la buena
literatura. El pez macho se ha enrocado en un
ángulo muerto de la pecera. Pero mucho más
valiente, el pez hembra agita su aleta caudal,
frente al pelotón de fusilamiento
, asciende a la
superficie, sopla cien burbujas de aire, desciende
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Pliegos de Rebotica
2019