Al principio avanzamos deprisa. Salir de París no
era complicado. Mezclados con campesinos,
salimos de la ciudad por una de las puertas
laterales, dejando a un lado el hediondo rio Sena.
A pie, para no levantar sospechas, nos dirigimos a
la ciudad de Orleans. Si bien mi compañero
estaba feliz, pues los muros y los techos no eran
de su agrado, noté desde el principio que entre la
gente que nos íbamos encontrando por el
camino, algunas caras empezaban a “sonarme”, a
creer que los había visto en algún momento, con
alguna otra indumentaria. En Orleans tuvimos el
primer desencuentro. Al salir de la ciudad, fuimos
abordados por media docena de asaltantes de
caminos (algunas caras me resultaban familiares),
pero al desenfundar las espadas
convenientemente camufladas en el equipaje, la
mitad de ellos emprendieron la huída. Justo los
que vivieron para contarlo, pues la otra mitad
pagó con su vida este encuentro. Hasta Limoges
el camino fue penoso. Estuvimos casi dos semanas
atrapados por el barro, las lluvias, los vendavales y
demás inclemencias enviadas desde los infiernos.
Lo único bueno fue que ya no dormíamos al raso,
y la comodidad de las posadas empezaban a
gustarle al buen Hernán.Y empezaron a repetirse
de nuevo algunas caras entre los viajeros de las
posadas.Y quizá bajamos la guardia. En Toulouse
fuimos prendidos por la justicia de la ciudad.Ya se
había declarado la caza de los Templarios en toda
Francia. En toda la Cristiandad. Un delator
anónimo nos denunció. Fuimos encarcelados, y la
Santa Inquisición se hizo cargo de nuestra
custodia. Nos despojaron de todo, sin poder
oponer resistencia, al abalanzarse más de una
docena de hombres armados sobre cada uno de
nosotros en el mercado de la ciudad. Nos
llevaron a una recia cárcel, donde cubiertos con
una simple camisa, vimos como revisaban todas
nuestras pertenencias, encontrando las espadas
con el símbolo del Temple y… la Copa.Y vimos
con gran pesar que algunos miembros de la
Inquisición que vinieron a confirmar nuestra
identidad, habían compartido posada con
nosotros días atrás. Pero la suerte estuvo una vez
más de nuestro lado. Nuestro carcelero, de
madrugada, apareció en la celda con toda nuestra
ropa, armas y equipaje. Había sido en su juventud
escudero de un caballero templario en Tierra
Santa, y su fidelidad hacia la orden se mantenía
intacta. Lloramos emocionados, y tras una
oración, emprendimos la huída. Lamenté golpearle
para poder cubrir la historia que contaría acerca
de nuestra evasión, pues sin esas magulladuras, no
habría tenido coartada. Sentía la Copa de nuevo
en mi bolsa de viaje. El trayecto hasta
19
Pliegos de Rebotica
2019
La torre del Temple. La construcción poseeía dos
estructuras separadas. Por un lado estaba el
lujoso edificio del siglo XVII (que perteneció al
Conde de Artois) y la torre, de veinte metros,
que perteneció al antiguo monasterio de los
Templarios.