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Pliegos de Rebotica
´2017
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auténticamente perdida y decidió utilizar el
teléfono móvil, pero cuando se puso a decidir
a quién acudir, cada una de las opciones le
parecía todavía más estúpida que la anterior.
¿A quién llamo? ¿Al 061? ¿A la policía? ¿O
localizo por internet el teléfono del hospital y
les llamo? Su propio autointerrogatorio se le
antojó infantil e insuficiente; ni siquiera sabía a
ciencia cierta en qué lugar de los muchos
pabellones se encontraba. La batería estaba a
punto de realizarse a sí misma con ese
mensaje de despedida al que últimamente la
tenía acostumbraba:
Batería baja, el teléfono se
va a apagar
. El sólo intento de llamada
terminaría por agotarla, y esa sería una
situación aún peor porque del apagado
involuntario no podría recuperarla. No, tal vez
lo mejor era volver a la planta y pedir la ayuda
que tanto había esquivado.
Comenzó a subir de nuevo la escalera,
consciente de que recurrir a cualquier
ascensor era perder de vista sus escasas
referencias prácticas. Se reafirmó en su falta de
escapatoria al pasar de nuevo por la planta de
la salida nocturnamente clausurada y continuó
subiendo las cinco plantas que le restaban. Al
aproximarse a la quinta, le pareció escuchar
unas voces en la distancia. No sabía si era su
oportunidad de escapar o de caer
definitivamente en el
ridículo más extremo,
pero a esas alturas poco
le importaba cualquiera
de las dos opciones.
Apenas vio a las tres
personas de las que
provenían las voces
dedujo por sus
comentarios que aquella
noche había más de un
alma perdida en la
inmensidad de los
vericuetos de aquel
jeroglífico hospital.
–Perdonad, por
casualidad sabéis cómo
se sale de aquí –se
apresuró a preguntar
María, libre por fin de
cualquier atisbo de
vergüenza.
–La verdad es que no.
Conozco una salida pero
a estas horas no sé si
seré capaz de
encontrarl– respondió
con amabilidad no exenta de sorpresa el que
parecía encabezar el grupúsculo de adultos.
–¿Os importa si me uno a vosotros? Llevo ya un
buen rato dando vueltas.
El grupo, ampliado con una despistada más, se
abandonó de nuevo al agitado devenir de
escaleras, corredores y decisiones improvisadas.
Finalmente, una puerta entreabierta se adivinó
esperanzadora a unos 25 metros y las figuras
mudas pero expectantes se encaminaron más
presurosas si cabe a comprobar si su intuición
había acertado por fin.
La claridad de la noche estival se abrió de
pronto al voltear la hoja acristalada y varios
comentarios de satisfacción se elevaron casi al
unísono al reconocer que se hallaban en la
parte delantera del hospital. La inevitable
sonoridad del tráfico llegó hasta ellos
confirmando lo acertado de sus suposiciones.
Ni una palabra más se entrecruzó entre ellos.
Al llegar al murete que rodeaba la
megainstalación, se separaron y cada uno
dirigió sus pasos a direcciones distintas.
María comprendió que aquella noche cuatro
almas se habían encontrado sin otro pretexto
que la incomprensión del entorno y se habían
separado al haber
accedido por fin a un
más allá reconocible.
Una cierta
contradicción, pero un
contrasentido al que no
tenía por menos que
sentirse agradecida. La
madrugada se
empezaría a anunciar
pronto y no había más
tiempo que perder.
Necesitaba terminar
cuanto antes con
aquella noche
aparentemente aciaga.
Aun así se detuvo unos
segundos a contemplar
agradecida la enormidad
del cielo; apenas unos
segundos de receso
para admirar la
profundidad de la luz
estelar y la eficiencia
creativa de su silencio
lejano. Un ejercicio de
reencuentro emocional
consigo misma y las
vicisitudes de un día
para no enmarcar.
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