Revista Farmacéuticos - Nº 131 - octubre/diciembre 2018 - page 29

12 cuando por fin pudieron oír en el altavoz la
nueva citación a boxes.
–¿Carlos Torres? –quiso confirmar el tercer
médico de la noche cuando la pareja entró en el
austero espacio -Siéntense, por favor…
Efectivamente los datos indican que es
apendicitis.Tendrá que quedarse ingresado para
operarle mañana.
La tercera fase de aquel día extraño comenzó
con Carlos sentado en una silla de ruedas y la
celadora conduciendo a la pareja a paso de
revista por unos larguísimos pasillos jalonados de
tanto en tanto por giros a izquierda y derecha,
derecha e izquierda, más un par de entradas y
salidas de ascensores. La penumbra que les
acompañaba no ayudaba mucho a saber cuál
sería el destino de aquel viaje imprevisible.
Tampoco la nula expresividad oral de aquella
mujer pizpireta que sólo se rompió ante las
puertas abatibles de la planta donde se
detuvieron.
–Acuérdese de que para que le abran tiene que
llamar aquí– e indicó a María con una voz sin
matices una pieza plástica gigantesca que pulsó al
lado derecho de las puertas.
El estrépito de las hojas al abatirse le pareció a
María del todo desmesurado a esas horas de la
noche. La enfermera de guardia ni se molestó en
seguir con la mirada el destino final del grupo
que había emergido de las sombras del corredor.
La arrolladora entrada en una habitación del trío
se hizo notoria cuando los otros dos pacientes,
que a esas horas de la noche dormían,
gesticularon molestos por la agresiva irrupción
de la luz cenital.
Una vez acostado el paciente en la cama central,
a María le pareció escuchar la voz de la celadora
que se alejaba.
–¿Sabrá salir de aquí? Si no es así, pregunte.
La despedida entre Carlos y María fue breve. Si a
ella se le daba bien y llegaba a casa pronto, aún
podría tener cuatro horas de descanso antes de
volver al hospital en la mañana.
Pero no fue así. Nada más salir de la planta,
María tomo plena conciencia de que no iba a
resultarle fácil en absoluto abandonar aquel
laberinto de corredores, escaleras y ascensores
a esas horas de la madrugada. Tuvo la absoluta
certeza de que aquella noche había cometido
dos grandes errores: no fijarse en la ruta que
habían seguido y haber consumido casi
completamente la batería de su teléfono móvil.
Emociones varias aparte, la culminación de ese
día iba a necesitar de un impulso vital
dominado por una memoria visual plenamente
activa. Consciente de su soledad, incorporó
varias señales de alerta a su atención. Entre
ellas, y dado lo limitado de su recurso al móvil,
recordar el número de la planta y enhebrar a
esa memoria visual cualquiera de los detalles
que le permitieran desandar sus próximos
pasos de naufraga autosuficiente.
Descendió el primer tramo de escaleras
tomando buena nota de haber partido de la 5ª
planta, a la derecha de la escalera. La cuarta, la
tercera y la segunda parecían tan desiertas,
simétricas y silenciosas como las que las
precedían. La penumbra ejercía sobre María el
mismo hechizo paralizante que la aparente
incomodidad del área que transitaba. Decidió
seguir bajando. Suponía que la planta baja sería
el final de su incertidumbre, pero se
equivocaba. Recorrió los tramos de escalera
que parecían conducir a las puertas de la salida
general del hospital, pero se percató de
inmediato que una gruesa cadena impedía
cualquier intento de franquear aquel paso. Se
detuvo a pensar tratando de recordar los
vericuetos de aquellos bloques ensamblados
que conformaban las diversas ampliaciones del
hospital, como las de tantos otros de la misma
época.
Quizá deba seguir bajando a ver si puedo
encontrar los pasillos que van a urgencias, se
aconsejó mentalmente con pura racionalidad.
Pero en las dos plantas inferiores nada infirió la
más mínima señal que pareciera llevar a salida
alguna. La misma penumbra, el mismo silencio,
similares paredes blanquecinas, idéntica
soledad. Echando de menos, como en los
cuentos de su infancia, tener a mano algunas
miguitas de pan con que poder dejar rastros en
el camino, decidió aventurarse unas cuantas
decenas de metros por algunos de aquellos
corredores laterales, pero teniendo buen
cuidado de no perder de vista la reconocible
escalera semicircular que consideraba su
salvavidas.
Y nada. Ninguna de aquellas excursiones
aventureras aportaba la más mínima
luz a su problema
de orientación.
Por primera
vez, se sintió
29
Pliegos de Rebotica
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