23
Pliegos de Rebotica
2017
●
●
N
N
ació al pie del Moncayo, en un
molino de agua y en febrero, cuando
aún no se atisbaban las águilas y el
agua del Isuela quemaba de puro frío.
Fue en Tierga, en la parte oriental de
la comarca de Aranda, pueblo asentado sobre las
ruinas celtiberas de Tergakom. El paisaje que le
rodeaba copiaba al de un “Nacimiento” las casas
trepando por una colina y en lo alto, las escasas
ruinas de un castillo. Del castillo apenas queda
nada, unas piedras. Pienso que en tiempos sería un
campamento militar romano, que los visigodos
respetarían a medias y tal vez los árabes la
utilizasen. Pero en el siglo XII sería uno de tantos
que erizaban las fronteras cristianas.Tal vez fue idea
de Alfonso I el Batallador que quiso fortalecer sus
avances por el Moncayo, al conquistar Daroca,
Tudela, Zaragoza y Tarazona, cuando aquella región
pasó a manos de los cristianos pirenaicos. Sería un
poco después cuando llegó a los Templarios.Y para
terminar su aspecto de lugar fronterizo en la
Reconquista, la Iglesia y una torre mudejar.
En una aldea cercana, Calcena, también con
restos de castillo y torre mudejar, transcurrió su
niñez, cayendo en manos de un maestro
vocacional y sabio, que según él mismo contaba,
“me enseñó casi todo lo que él sabía.”
De ahí a Trasobares, lugar de su adolescencia y
allí lo que había era un convento cisterciense en
ruinas, escenario de sus guerras infantiles entre
moros y cristianos.Y como no, otra torre
mudejar.... es que estamos en Aragón.
“Nuestros juegos eran duros, a veces salvajes
–me contaba– teníamos uno, lo llamábamos “
torrero”, que cuantas veces me hacía volver a
casa con alguna pedrada y contusiones, pero yo
no los prohibiría, nos hizo fuertes, endureció
nuestra voluntad “
Y como a los aguiluchos, aquel nido entre rocas se
le quedó pequeño y voló. Entró en el Seminario
muy joven después de una crisis que le llevó a
pensar en una vocación sincera. No era así, porque
sino no estaría yo contándolo, se enamoró de mi
preciosa abuela y ahí se acabó el seminarista.
Nostálgico y amante de su tierra, añorando su
pueblo y su familia me contaba.
Maña, durante mis once años de estudiante en
Zaragoza como los echaba de menos... soñaba
con volver en vacaciones y mientras tanto cerraba
los ojos y les veía, y veía las casucas blancas como
palomas, posadas en la colina de rocas.Y en lo
más alto, el centenario castillo de los Templarios.Y
no estaba arruinado como era en realidad. Mis
ensueños lo restauraban, alzaba sus muros, llenaba
sus fosos, construía sus poternas, sus torreones y
sus almenas. Entre ellas veía flotantes las
vestiduras blancas de los monjes. Desde la torre
Beatriz Aznar Laroque
Severino Aznar Embid
Tierga, iglesia del siglo XVI y torre mudéjar.
Águilas en el Moncayo