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Pliegos de Rebotica
´2017
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N
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unca le habían parecido las estrellas
tan espectaculares como en aquel
primer minuto de libertad, nunca su
brillo tan radiante y la rotundidad
de su fondo negro tan definitivo.
Muchas, eran muchas las vicisitudes de aquella
tarde-noche de junio que pasaban por su mente
en un supersónico repaso.
El dolor había comenzado a poco de terminar la
comida. El suavísimo runrún que, aparentemente,
martilleaba las entrañas de Carlos acabó llevando
a la pareja a las urgencias del único ambulatorio
local, el punto más aconsejable en aquella tarde
plomiza del junio mediterráneo.
La liturgia que tan bien conocían se repitió.
Preguntas por aquí, auscultación por allá y la
declinación final hacía un diagnóstico donde
primaba la precaución.
–Yo que Uds. me iría a las urgencias del hospital.
Creo que es una apendicitis, y me equivoco
pocas veces.
El protocolo de los procesos en urgencias les
absorbió como a las
decenas de personas que
les circundaban. La hora
de la tarde comenzaba a
verter más y más
pacientes en la sala de
triage
. Semblantes de
duda, dolor, circunstancias,
búsqueda de compañía,
obligación o cansancio, se amalgamaban en
aquel espacio mientras los celadores conducían
sillas de ruedas y camillas a los boxes
designados. Fulanito de tal, pase a la sala 1;
menganito de cual, le esperan en la sala 2.Y de
nuevo los facultativos repetían los
interrogatorios seriados, la auscultación y el
llenado de formularios crípticos en pantallas
inhóspitas y selectivamente desmemoriadas.
–Vale. Pues vamos a hacerle una analítica y una
eco
, a ver qué nos dicen –se definió por fin la
médico levantándose de la silla con intención
inequívoca de cortar las preguntas del paciente-.
Por favor, espere en la sala de la izquierda.Ya le
llamaremos.
Segunda fase. Cambio de sala. Cambio de
compañeros de espera, y recambio en los
derechos de asiento. Los escasos sillones
quedaban reservados a los que ostentaban la
pegatina de “paciente” mientras los familiares
tenían que acomodar su anatomía, sí o sí, a unas
sillas metálicas especialmente diseñadas para
castigar con saña la voluntad de sacrificio, hasta
entonces intacta, de los acompañantes.
El escenario era un conjunto de formas en
movimiento constante. Los galenos acudiendo a
recoger los resultados de las pruebas y tratando,
en su gran mayoría, de pasar desapercibidos a las
miradas solícitas de sus pacientes; el personal de
enfermería poniendo un orden asimétrico en la
medicación, la toma de muestras y la colocación
de informes en los casilleros; y los celadores
acarreando pacientes hasta sus destinos
intermedios.Al otro lado, en el territorio de los
silentes, los pacientes en lucha contra su
malestar y el miedo a lo posible, y los
acompañantes reinventándose en nuevas e
inverosímiles actividades, generalmente de la
mano del teléfono móvil, para hacer que el
tiempo pasase con una lentitud menos extrema
que las horas anteriores.
Si la llamada para la ecografía llegó sobre las
nueve de la noche, las manecillas pasaban de las
Mª Ángeles Jiménez
La noche
de los dos errores