un ambiente agradablemente azulado. De improviso, al
torcer uno de los codos de la gruta, apareció una enorme
sala, con techos de más de 10 metros de alto, y
estalactitas y estalagmitas de hielo por todas partes.
Avanzaba sorprendido entre las columnas de hielo,
admirando la sala, ¿la luz ambiental se había vuelto fuerte
e intensa? cuando un ruido unos metros delante de mi,
despertó mis primitivos sentidos de alerta.Avancé con
cuidado, empuñando un revólver, intentando localizar al
más que presumible animal que habría encontrado refugio
en aquella cueva, lo mismo que yo, cuando al mirar por
encima de una estalagmita de hielo, contemplé absorto
una mujer pequeña, semidesnuda, cubierta por una túnica
traslúcida, sentada en un trono de hielo azulado y
fosforescente.
Me incorporé de mi escondite de forma instintiva, y ella
me vio de inmediato.Antes de poder decir nada, casi
flotando por encima de hielo y rocas que formaban el
suelo, si situó a mi lado, cogiéndome la mano. Era una
joven inuit por sus rasgos físicos, pero no por sus ropajes,
o mejor dicho, por sus no ropajes, pues salvo las manos
que llevaba enfundadas en unas curiosas manoplas,
ninguna otra prenda cubría su cuerpo debajo de la túnica.
–“Adelante viajero.” Susurró.“Mi nombre es Sedna, y
te doy la bienvenida a mi morada. He sentido que en el
mundo exterior se han desatado las furias de la
naturaleza, así que es un lugar poco recomendable para
estar en estos momentos.”
–“¿Dónde estoy?” murmuré anonadado.
–“Estás en Adliden, lugar de descanso de hombres y
mujeres fatigados, donde se premia y cobija a aquellos
que lo merecen.”
Al igual que se había situado a mi lado, en un instante
estuvo de nuevo sentada en su fulgurante trono, y
empezó… con las audiencias…Ahora me percataba
que no estábamos solos.Algunas figuras, todos ellos de
la etnia inuit, empezaban a aparecer detrás de columnas
de hielo, y se acercaban a Sedna, arrodillándose en señal
de respeto. Ella bajaba de su trono, intercambiaba unas
palabras con ellos, y les indicaba una de las dos puertas
que había detrás del trono, que yo no había visto hasta
ese momento, hacia la cual se dirigían obedientemente
los lugareños.Y entonces vi aparecer a mi guía, el cual
había desaparecido en mitad de la tormenta
persiguiendo a nuestro trineo. Me lancé hacia él
radiante de felicidad, pero
al llegar a su lado, no
pareció conocerme, y
siguió andando hacia el
trono de hielo. Le agarre
de la mano, la cual tenía
congelada, pero siguió su
camino. Intercambió unas
frases con Sedna, y siguió
la indicación de ésta
hacia una de las dos
puertas de la sala.
Furioso, le seguí, pero al
asomar la cabeza a través
del marco de hielo, solo tuve tiempo de ver como el
cuerpo de mi guía empezaba a refulgir en un tono
transparente azulado, y se diluía con el hielo de las
paredes, quedando sus ropas vacías e inertes en el
suelo…. junto con miles de ropas más. No sabía lo que
había visto. Pero otro hombre se dirigía hacia mí. No,
no hacia mí. Iba a entrar en la otra puerta de la sala.
Tras pasar por ella, me asomé de nuevo, esperando ver
la misma escena sorprendente de luz, pero fue todo lo
contrario: en mitad de la sala vacía, había una especie
de animal gigantesco, mezcla de perro y morsa, el cual
al acercarse el hombre, le devoró en un par de
mordiscos, manchando paredes y suelo con la sangre de
aquel infeliz.
–“No debías estar aquí”. Susurró Sedna a mis espaldas.
Giré sobre mis talones.Aparté a Sedna de mi lado, con la
mala suerte de tirar de uno de los guantes que llevaba,
quedando su mano al descubierto, viendo tan solo restos
de sus dedos que alguien había cortado. Grité y salí
corriendo de la sala, por la rampa que había descendido,
llegando al exterior de la gruta, lanzándome al fragor de
la tormenta, sin importarme la nieve ni el viento que
cortaban mi cara.
Y así, medio muerto, me encontró la expedición de
rescate que salió en nuestra búsqueda, al regresar el
trineo con los perros al pueblo. Primero encontraron
a mi guía, muerto por congelación, pues su corazón
no debió soportar el frío azote de la tormenta (¿no
le vi en la cueva?). Pero lo extraño, fue la cara que
pusieron mis médicos al contarles la historia de la
joven en la cueva. Tras escucharme, salieron de la
habitación, y transcurrido un tiempo, entró una mujer
inuit menuda, vieja, muy vieja. Se sentó a mi lado, y
tras repetirle la historia, dijo: “Ah, sí. Sedna.” Dijo con
toda tranquilidad. “Su padre fue quien le cortó los
dedos, por una confusión. Debe estar enojada, al no
poder desenmarañar sus cabellos, y por eso tenemos
esta gran tormenta. Pero lo que lamento decirle, es
que si ella ya ha juzgado al guía que le acompañaba,
seguro que le está esperando a usted para indicar a
su alma una de las dos salas de los espíritus, la
existencia eterna, o la eterna perdición devorada por
un ser innombrable. Usted ha visto su mansión, y
ahora debe volver a ella, arrodillarse, y esperar su
sentencia.Y tenga por seguro que no debe haberle
gustado mucho que le
haya arrancado el guante
de su mano.”
Estoy en casa, en mitad de
las grandes llanuras
norteamericanas. Pero todas
las noches, un frío glacial
invade mi habitación, y un
curioso gruñido de un
animal indeterminado,
resuena en la oscuridad.
Siento su llamada cada vez
más cerca.
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Pliegos de Rebotica
´2017
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