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Pliegos de Rebotica
´2017
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S
Anzuelos
en el mar
S
i vives sola en un caserón decimonónico
lleno de oscuridades, con el tiempo te
vuelves a la vez infantil, avejentada y un
poco obsesiva. Si pasas el invierno sin
apenas recibir visitas, te refugias en el
cubil y, como las marmotas, no asomas el morro
hasta que olisqueas la llegada de la primavera. Si
llevas más de veinte años divorciada, escasean las
ocasiones de compartir una taza de té negro y
unas pastas mirando los concursos de la tele, y
un día te sorprendes contestando al aire y el
siguiente riendo sin motivo, como una perfecta
necia, acabas por mantener el aparato
funcionando sin descanso para invadir la casa de
sonidos. Asimismo, y a falta de algo tangible, te
sumerges en Internet compulsivamente, como
quien lanza anzuelos al mar con la ilusión de
pescar botellas con carta en el vientre. Por
manías como ésta empezó todo. La culpa fue de
la traidora soledad.
Entre las
webs
que añadí a «Favoritos» había una
de compras que mereció mi confianza. Me dieron
de alta con un código de nuevo socio, bajo el
compromiso de un plazo mínimo de fidelidad
para acceder a los mejores precios. Cada día
entraba en mi ordenador un correo con
novedades y ofertas, y a partir de entonces me
propuse abastecerme con ese sistema tan
cómodo, económico y, supuse, fiable.
Empecé por comprar una novela premiada. Para
ver qué tal.
Hombres desnudos
, de Alicia
Giménez Bartlett. A los pocos días recibí un
sobre acolchado con un libro. Pero
no ése, sino
Crimen y castigo
.
Antes de poder devolverlo me
llegó el cargo en cuenta del que
yo había pedido, junto con
la factura a nombre de
otro socio cuyo
código era muy
parecido al
mío. Era
evidente que
ahí se había
generado el
error. Siempre
he querido leer
Crimen y castigo
, aunque nunca
me animé a comprarlo porque es un novelón
con demasiadas páginas. Pero, claro, eso lo
pensaba cuando era joven y estudiante, y no
cuando languidezco aburrida en mi caserón, llevo
media vida divorciada y demás etcéteras. Por no
enredar la cosa me lo quedé. Como debió hacer
el otro con la novela de Giménez Bartlett,
puesto que pasaron los días sin noticias.
Un ambiguo impulso me animó a mantener el
equívoco, y enseguida encargué una corbata de
seda y unos gemelos. No sabía si el tal socio era
joven o maduro, soltero o casado, ni los gustos
que tenía aparte de los literarios. Me arriesgué.
Poco después recibí en casa un paquete. Al
abrirlo, inquieta, me di con un conjunto de fular
y gorro de entretiempo en tonos granate y un
par de guantes de piel, de señora. Los dos
habíamos tomado posiciones.
Mis pedidos siguieron con un juego de
roller
y
portaminas y una billetera. Por descontado,
deseché de plano la idea de mandarle un lote
completo de alimentación y droguería. Antes
muerta. Él me compró un lápiz de memoria
cargado con la mejor samba y piezas selectas de
jazz
y
blues
, unos auriculares
Sony
de colores
vivos y un espejo-lupa de bolso con su funda.
Como si estableciéramos un hilo invisible y
mudo ajeno al cibernético, mi otro extremo y yo
acordamos un
toma
y
daca
periódico
asequible a una economía sensata. Casi
siempre música, algo de ropa y
complementos útiles. Su
gusto, como pude
comprobar pronto, era
distinguido sin acercarse
nunca al exceso.
La gente normal puede
pensar que una
relación de
este tipo no
parece a
primera vista
muy
satisfactoria,
Rafael Borrás