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Pliegos de Rebotica
´2017
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No hacía falta contarlas, era obvio que a aquella
hora el número de mujeres ganaba ampliamente
al de los varones.Y si la victoria era aplastante
en cuantía, era aún más incuestionable su
poderío en la firmeza de las actividades.
Mimetizadas con el rumor impenitente del
oleaje, las conversaciones femeninas jalonaban
sus pasos voluntariosos con continuas
afirmaciones. Me lo pasaron ayer por
wása
,
acertó a escuchar, y la discreción le impidió
hacer ni el más mínimo gesto de comprensión.
Quién nos iba a decir a las mujeres que por fin
encontraríamos el resquicio adecuado que
permitiera convertir la tecnología, algo que años
atrás tan poco nos atraía, en una franca aliada.
Qué poco nos detiene cuando de verdad
deseamos algo, se oyó concluir como si su
propio pensamiento formara parte de cualquiera
de las conversaciones, esas que, en realidad, se
acercaban y terminaban por alejarse sin buscar
en ella ni un ápice de atención.
Expectación no era precisamente la palabra que
María hubiera asignado al resultado de cualquiera
de las circunstancias que se daban allí diariamente
y, sin embargo, algo de ese tipo pareció surgir a
poco más de 150 metros de ella. La percepción
de su mente no fue suficiente para entender en
los primeros minutos lo que allí ocurría. Alguien
removía la arena con un palo en el límite justo
del alcance más amplio de las olas y un remolino
de cabezas se afanaban inclinadas a su alrededor
en descubrir lo que marcaba. No tardó mucho en
escuchar la palabra medusa y tardó aún menos en
que esto despertara en ella grandes dosis de
curiosidad. No era habitual reencontrarse con
aquellos animalitos de
apariencia inofensiva y
bellísima capacidad de
engaño cuya navegación en
cautividad pudo ver a menos
de un palmo en el acuario
de A Coruña. Decidió no
dejarlo pasar, el recuerdo de
aquellos seres cristalinos
flotando en el cubículo
azulado aún la subyugaba.
Mimetizada con el grupo de
exploradores, ella también
se acercó con cautela a la
observación indiscreta del
animal marino sobre la
arena apelmazada. Herida y
derrotada, la gelatina aún
palpitante de su cabeza se
prolongaba en finos
tentáculos también
transparentes y aplanados.
Los últimos estertores de
aquel peligroso visitante no
despertaban ni un ápice de piedad entre los
abundantes mirones. Tampoco en ella, a pesar de
su constante y voceado idilio con la naturaleza.
Esta vez, de atrevió a expresar en alto, habéis
perdido la batalla, y emprendió la vuelta a su
refugio.
El sobresalto del sonido del teléfono móvil no
entraba en sus planes. De hecho, una de las
primeras rutinas tras sentarse y hundir sus pies
en los montículos de arena era silenciar el
aparato. Pero esta vez la cohorte abigarrada de
gaviotas la había distraído y a esa hora, las nueve
y media, a punto de cumplirse su tiempo de
asueto diario, no merecía la pena rectificar. Trató
de dejarlo correr sin más pero su estrategia de
resistencia no parecía ser argumento suficiente al
otro lado de la línea. El desconocido interlocutor
insistía e insistía y María se decidió por fin a
observar la pantalla y abrir la conversación.
–Hola, Carlos, buenos días. Dime.
–Buenos días, María. Perdona que te moleste –se
presentó su interlocutor.
–No, no me molestas, estoy trabajando ya.
–Qué madrugadora… Mira, estamos aquí con el
proyecto Fénix y no queríamos molestarte pero
convendría ponernos de acuerdo en algunas
cosas antes de avanzar más –siguió el tal Carlos
todavía a la defensiva.
–Vale. No hay problema.Yo estaba precisamente
dándole vueltas a algunas ideas.
–¡Ah! Pero ¿estás en tu
despacho? Pensaba que aún
no habías llegado.
–No, no exactamente en el
despacho. Pero sí
trabajando. Estaba
documentándome sobre el
tema antes de desarrollar
algo por escrito, ya me
conoces.Y elucubrando un
poco… Pero no te digo
más. Estaré ahí en un rato.
Ciao.
Y María colgó el teléfono,
recogió sus cosas y se
dispuso a enhebrar su
diario y secreto punto de
fuga al pragmático y
festoneado quehacer
profesional, lista por fin
para el resto de la larga
sesión continua.
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