de Buero será un eslabón en la difícil tarea de
llevar una obra a los escenarios en España, bajo
los dictados de la censura, y tener la enorme
inteligencia de saber mantener la integridad con
la capacidad de burlar a los censores.
Era un arriesgado trabajo de simbolización, de
claves que manejaba el público seguidor del autor
capaz de hacer guiños significativos a los
espectadores. De esta manera, “En la ardiente
oscuridad” o “Un soñador para un pueblo” se
convierten en verdaderas metáforas de la
situación que atravesaba el país, de los dolorosos
tiempos de la Dictadura, de las reivindicaciones
que el pueblo estaba demandando desde
numerosos frentes.
El teatro de Buero Vallejo se alza como
indiscutible signo de repulsa, de búsqueda de
soluciones, de propuestas cívicas, todo ello
envuelto en una singular manera de escritura
dramática, de armazón teatral de gran calado.
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Hablar del teatro de Buero Vallejo nos conduce a
una simbiosis de la escena con la conciencia del
hombre, de tal manera que cada una de sus obras
es una pieza más del puzle gigante y complejo de
su visión de la realidad, muchas
veces solo observada y
comprendida por quienes
tenían las claves.
Si bien todos sabían, por
ejemplo, que cuando salía a
escena una viejecita añosa y
casi incapaz de andar se estaba
refiriendo a la Dictadura, el
sentido último de su teatro es
la propuesta de una existencia
diferente, más vital, más
auténtica, capaz de sacar de los
hondos pozos de la desazón al
individuo.
Cuando estrenó dos de sus obras más complejas
y clarividentes, “La fundación” y “El tragaluz” su
arte dramático llegó a la cumbre de vitalismo y
de apuesta por un compromiso existencial,
alcanzando las más altas cotas de teatralidad que
había ido forjando en obras anteriores.
Los personajes, la acción y el lenguaje (los tres
grandes elementos de la vivencia dramática) se
pusieron al servicio de la sociedad desde un
escenario, tambaleando algunos de los principios
más asentados en la cultura y en la vida
españolas. Es el Buero Vallejo de la emoción y del
atrevimiento conceptual, de la observación más
lúcida y de la percepción más arriesgada de los
grandes problemas del hombre en un momento y
en un espacio concretos.
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Antonio Buero Vallejo tuvo la gran pasión de la
pintura, se asomó a ella como aprendiz
aventajado, como creador y conocedor de esta
manifestación estética. Muy conocido es su
retrato del poeta Miguel Hernández, con quien
compartió cárcel en los penales de la posguerra.
Queda esa imagen tan repetida y tan difundida de
un poeta ensombrecido por la tristeza y el dolor.
En este 2016 hubiera cumplido
cien años, un camino jalonado
por la vida y la creación literaria.
Una obra que soporta, en
muchos de sus títulos, el paso
del tiempo, el cambio del
escenario en la que fue dibujada,
el final de un momento histórico
en el que fue escrita con ansias
de transformación. Antonio
Buero Vallejo es siempre la
historia de una mirada desde la
poesía de la existencia que nos
sabe mostrar los entresijos y las
peculiaridades del alma
humana.
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Pliegos de Rebotica
´2016
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