P
ara los que hemos recibido una educación
judeo-cristiana las tres virtudes teologales
–fe, esperanza y caridad– son las vías más
directas para acercarse a Dios.
La fe, creer sin ver, aceptar sin evidencia, es la más
difícil de cultivar por el médico. Cuando el paciente
pregunta –¿porqué?– y no tenemos respuesta, la fe,
cualquier fe, se tambalea. Saltar los charcos de
oscuridad que nos encontramos entonces es
empresa propia de campeones. La palabra
“idiopático” es el único eufemismo discretamente
eficaz a la hora de cubrir nuestra ignorancia y
nuestra decepción.
La caridad, amar al prójimo como a nosotros
mismos, es en gran medida consustancial a la
profesión médica. La mano en el hombro, la
compasión, la empatía, entran sin
calificación puntuable en el currículo del
médico, y son pocos los que no la
practican.
Pero… ¿y la esperanza?
La esperanza es el motor
de la fe, la fuerza de la
caridad. La esperanza es un
enjambre de deseos, una vasija
rebosante de ilusión que
explota y llena el espacio de
jirones de luz. La
esperanza es audaz
como la juventud, como
la vida. Empuja al perdedor a maniobras
estratégicas; mueve a la conquista al
pusilánime; estimula al apático; confiere
facundia al tartamudo; permite el radiante apogeo
de los cuerpos sin belleza; hace expeditivo al
perezoso y derrochador al tacaño. Casi lo puede
todo.
Uno de los curiosos experimentos psicológicos del
siglo XX relatados por Lauren Slater en su libro
“
Cuerdos entre locos
” es aquel que demuestra que si
un individuo sonríe, aún si ganas, acabará
sintiéndose alegre.Y digo yo: si el gesto puede
llevar al sentimiento ¿porqué no puede ser que la
esperanza lleve al milagro?
Cultivemos la esperanza. Solo hay que ponerse a
dieta de actitud y espíritu y acercarse a la euforia
del alma en comunión con la paz.Volver a ser
adolescente. Una gran receta que tal
vez nos regale un gran campo
de prodigios.
Y si usted, lector, es
un escéptico, hágalo
también. Abandone su
letargo y abrace la
filosofía del
carpe diem
esperanzado.Yo le
invito a volver a
empezar, a concebir la
certeza de que el día siguiente
es el primero de un nuevo ciclo.Y a la
postre, una fenomenal y entusiasta metáfora de la
vida. Esperar siempre, porque al fin, lo importante
es el camino, no el destino.
Mi propuesta no tiene
efectos secundarios y
quién sabe si tal vez,
de esa manera,
podamos ser más
felices. Ese sería
el mejor
resultado.
Aunque no
esté basado en la
evidencia.
¿No creen?
Pues eso.
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21
Pliegos de Rebotica
2016
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Aurora Guerra
La audacia de la
esperanza
–Debes venir siempre a las cinco-
dijo el zorro al príncipe-.
–Así, ya desde las cuatro, mientras
espero, estaré alegre.
Le petit prince. Antoine de Saint-Exupéry