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ice el poeta: Mayo de 1917. ¡Desilusión
y tristeza! Mañana gris, sin sol, de ese
finísimo plata madrileño, que supe que-
rer después pero que en aquel día de
la llegada me pareció del negro más
desesperante..” Y añade el poeta del Puerto de San-
ta María: “!Dios mío! Yo traía las pupilas marcadas
de cal, llenas de sal blanca de los esteros de la Isla,
traspasadas de azules y claros amarillos, violetas y
verdes de mi río, mi mar, mis playas, mis pinares…”
Toda esta claridad del sur, esas semillas de lumbre
colgadas de los ojos, tropezaban, lastimadas y ansio-
sas, contra los rojos ladrillos oscurecidos, los viejos
balcones colgados de ropa goteante, la herrumbro-
sa y vieja estación del Mediodía”.
Un día antes había salido de su pueblo blanco y
azul de palomares y salinas, cielos y olas, pinares
que coronan la curva esplendente de la bahía de
Cádiz. Aquel día, tan importante en su memoria,
había gritado su adiós de pañuelos imposibles a la
arrancada del tren oscuro que lo alejaba de su pai-
saje. “!Adiós, calle de las Neverías, calle de los sor-
betes de colores y los helados veraniegos; verge-
les de las orillas del río, puente de San Alejandro,
esteros y salinas! ¡Adiós infancia libre, pescadora,
de patios y bodegas profundos! Será ya siempre en
el recuerdo como un barco de claveles con las ve-
las de albahacas, cabeceantes por un mar de jaz-
mines heridos…”
Acababa de nacer un gran poeta.
Unamuno decía no entender la vida sin los recuer-
dos de la niñez. En un poeta es menos compren-
sible ese telón mate que corta, bruscamente, como
un trallazo de sombras, “la arboleda perdida” de la
infancia. En los poetas más sensibles – Juan Ramón,
Cernuda, Aleixandre- la poesía se torna a veces pu-
ra carne de recuerdos. “El hilo de una palabra re-
cordada lo va abriendo todo”, escribía Gabriel Mi-
ró, nostálgico. El Puerto de Santa María se alza,
blanco y gentil, frente al mar, junto al río Guadale-
te o el río del Olvido. El nombre del bello río que
viene de Arcos de la Frontera y de otras depresio-
nes de la sierra de Cádiz, no encaja con el senti-
miento de ese primer Rafael Alberti que va a ser, y
por mucho tiempo, un río de recuerdos.
En Madrid quiere hacerse pintor.Visita el Museo del
Prado y dibuja frenéticamente en el Casón. Cono-
ce a Daniel Vázquez Díaz, que le anima mucho, y a
Gregorio Prieto, con quien tiene una gran amistad
por estos años. Su fina sensibilidad andaluza comien-
za a abrirse por una herida de colores fulgurantes.
En 1920 llega a exponer algunas obras en el Salón
de Otoño, Luego hará una exposición individual en
el Ateneo. Pero aquella ruta fragante de líneas y co-
lores no acaba de dejar satisfecha su ansia crecien-
te de norma y de belleza. “comprobaba, con más
evidencia a cada instante –dice- que la pintura co-
mo medio de expresión me dejaba completamente
insatisfecho, no encontraba manera de meter en un
cuadro todo cuanto en mi imaginación hervía. En
cambio, en el papel, sí. Allí me era fácil volcarme a
mi gusto, dando cabida a sentimientos que poco o
nada tenían que ver con la plástica.” La lucha duró
meses, pero la decisión fue drástica y romántica.
Sus nostalgias del Puerto de Santa María comenza-
ron a llegarle de otra forma, otras luces, otras es-
tructuras. “Aún veía en líneas y colores –escribirá-
pero esfumadas entre una multitud de sensaciones
ya imposibles de fijar con los pinceles. Me prometí
olvidarme de mi primera vocación. Quería solamen-
te ser poeta.” A principio de 1924 escribía a Gre-
gorio Prieto: “¿Sabes de alguien que quiera una do-
cena de cuadros malos? Quiero desprenderme de
un arte que es la preocupación constante y dolo-
rosa de mi vida…Basta ya de quebraderos de cabe-
za y suplicios inútiles. No quiero ser la irrisión de
los más ilustres pintamonas de hoy…”
Meses largos de enfermedad y un obligado reposo
entre las montañas del Guadarrama, donde renace
a la alegría de vivir, le traen los primeros versos. Un
día le llega el libro “Libro de poemas” de Federico
García Lorca, un muchacho granadino que había apa-
Francisco Lopera
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Pliegos de Rebotica
´2016
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Rafael Alberti
en su primera época