Revista Farmacéuticos - Nº 127 - Octubre/Diciembre 2016 - page 38

Pero también es necesario aludir a otras
personas que se sustraen con facilidad de estas
influencias, deben existir valores que no
dependen del tiempo, quizá tampoco del lugar.
Posiblemente, dada la capacidad del ser humano
de expresar mediante e lenguaje la realidad,
existan también valores cuya naturaleza sea
completamente abstracta, capaces de situar los
propios motivos más allá de la realidad misma,
al menos la parte de la realidad que percibimos.
En ocasiones, la dificultad para la persona
consiste en identificar sus auténticos valores,
aquellos con capacidad para dar impulso a la
vitalidad permitiéndole así sobreponerse a
cualquier adversidad y que pueden no coincidir
con el discurso de la persona, porque es fácil
confundir razones con motivos y aún estos dos
con los códigos de comportamiento. El motivo
es un acto mental con impulso propio, capaz de
dinamizar la existencia, darle sentido y servir de
motor cuando todos los demás motores se han
apagado. Eso sí, no todos los motivos tienen la
misma fuerza, tampoco el mismo nivel de
compromiso y en consecuencia diferente
utilidad. Existen motivos capaces de dar sentido
a cualquier situación por difícil e incomprensible
que resulte. Otros están asociados a
recompensas más concretas y por lo tanto su
capacidad para dar sentido depende también de
determinados logros.
Cada cual podrá escoger su escala de valores y
los motivos que la alimentan, quizá en gran
medida dependan de la propia historia o quizá
se trate de una estrategia evolutiva dependiente
de frecuencia que favorece la evolución porque
el conjunto de la especie
necesita de diferentes
individuos que viven sus
vidas de maneras
sustancialmente distintas. Sea como sea, el
hecho es que existen enormes diferencias
en el modo en que cada cual encuentra
sus motivos.
De un modo general, averiguar cuales
son nuestros motivos puede
resultar simple, los motivos que
nos empujan en la aventura de la
existencia son los mismos por
los que la dejaríamos.
Nuestros valores se
sustentan sobre los
motivos por los que
entregaríamos la vida.
Aquello por lo que
podríamos dar la vida
coincide uno a uno
con lo que nos
empuja a vivir.
De modo que averiguar la escala de valores
sólo consiste en preguntarse de forma
íntima y sincera por los motivos por los
que podría darse la vida.
Estas fechas celebran el más alto valor de los que
son concretos, la familia. Pero también hay un
espacio para otros más abstractos que al margen
de dogmas y creencias también han hecho del
ser humano lo que ahora somos, porque además
del natural nepotismo, lo cierto es que para
tortura de los biólogos, también se produce el
altruismo, la solidaridad. Un hecho tan extraño
desde el punto de vista evolutivo que sólo puede
explicarse con nuevas interpretaciones de la
evolución, al fin y al cabo, nuestra corteza
cerebral prefrontal es un sistema especial, con
características muy especiales que no responde a
los mecanismos clásicos del darwinismo.
De hecho, los motivos darwinistas no pueden
considerarse valores, ciertamente el hambre y la
necesidad generan un estado de motivación, son,
por lo tanto, motivos, pero no se atienen a la
fórmula de los valores porque de ninguno puede
extraerse la fuerza que empujaría a morir por
ellos. Los motivos, como los valores, impulsan la
vida dinamizando la vitalidad, la diferencia está en
el nivel de abstracción de unos y otros, en
consecuencia también su generalización. Un valor
sirve en cualquier ocasión, tanto ante el logro
como ante el fracaso, un motivo se debilita a
medida que cumple su objetivo.
Así que la mejor definición para los valores
psicológicos es lo que Aristóteles llamó
entelequia, algo que es
en sí mismo, un
motivo y su
abstracción lo hace
generalizable a toda ocasión, de modo que es
independiente de cualquier otro factor, es
en sí mismo y sólo de los valores puede
obtenerse el valor de vivir de acuerdo
con ellos. De un motivo puede
esperarse motivación, de los valores
un sentido, una puesta en esos
valores de la propia existencia.
Ambos contienen la capacidad de
impulso, unos finita y asociada a
la tensión de la necesidad y los
otros, los valores, se
expresan con un potencial
de impulso infinito e
intemporal. De los
motivos surgirá la
osadía, pero sólo de
los valores se puede
obtener la auténtica
valentía.
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