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a recuerdo muy bien. Me dejó una nota encima
de mi mesa de estudio que decía:“Mi muerte tan
cerca de tu muerte, tu vida tan cerca de mi vi-
da” “Vida y muerte suman hoy 22 años, quiero
que sepas que tu hija no te olvida”.
Era una forma de pedirme opinión, sin pedirla expre-
samente.
Había papeles arrugados como si se hubiera arrepen-
tido de escribir alguna palabra que más tarde había vuel-
to a escribir.
Las cosas no suceden porque sí, suce-
den cuando l l ega su momento
, y a c aba s
comprendiendo los mensajes.Y entonces me habló de la
sortija.
Hacia unos 30 años, recibió un regalo de su madre,
maravilloso, en forma de sortija. Jamás había visto un di-
seño tan lindo, abierto por el centro que ejercía una atrac-
ción especial entre sus amigos. La vida va evolucionando,
y el tiempo se hace más pequeño así me decía, así le pa-
recía a ella; tienes más misiones por hacer y más presio-
nes en el trabajo, te vuelves más lento/a, los años no per-
donan, por lo que a veces no te da tiempo a valorar lo
que sucede a tu alrededor, salvo en aquel momento, la
sortija…Y van pasando los años, el estrés en el trabajo
se acrecienta, y un día me dice hablando de sus prisas de
sus agobios, de sus conferencias, ¿sabes? He perdido la
sortija! No tengo ni idea donde la he puesto, si se me ha
caído del bolsillo, si ha rodado por el empedrado de la
calle, en fin he perdido una parte importante del signifi-
cado de mi vida. La miré pensando que dábamos dema-
siada importancia a las cosas materiales, porque como di-
ce mi amigo, misionero en Mozambique,
“la mortaja no
tiene bolsillos”
, ni siquiera en Suiza y por tanto de na-
da te sirve, no puedes llevarte nada al otro mundo.
¿Estará en el pensamiento de ese colectivo de tres al
cuarto, que se llevan fuera los dineros –de todos– el no
razonar que solo se les recordará como persona huma-
na y no como los más ricos del cementerio?
Volviendo a la historia de la sortija, así pasaron los
años, muchos, y la vejez y la soledad se instaló en ella,
en mi amiga quiero decir.Todos, los cercanos y queridos
de su entorno ya habían partido. Ella recorría el pasillo
de su casa buscando el sonido
de una voz que quería oír, pe-
ro solo había silencio. Ni si-
quiera su perro estaba allí,
compañero alegre, y fiel trans-
misor de felicidad al verla lle-
gar del trabajo. ¡Tal vez me es-
toy quedando un poco sorda!
decía, -y también un poco ida
pensaba yo, pues su mascota partió igualmente hace
años- y por eso no escuchaba el golpear de sus patitas
sobre el suelo de la sala. Y se sentó un día más, en su
pequeña terraza acristalada y quiso entretener el tiem-
po ordenando papeles. Se sentía un poco Diógenes de
Sinope, el discípulo del filósofo Antìstenes, al considerar
a la civilización y su forma de vida como un mal, y apos-
tando por una felicidad que viene dada siguiendo una vi-
da simple y acorde con la naturaleza. Mientras revisaba
tanta cosa inservible, pensaba que la Navidad estaba cer-
cana, pero ya no la veía como antes, ya no existía la im-
portancia del pequeño regalo comprado con esfuerzo,
que aprendió de sus padres.
Ya todo era distinto. Este año estaba sola, andaba es-
casa de dinero, y sus ilusiones se habían quedado lejanas.
Cada cual iba a su rollo, y ella no quería aceptar su sole-
dad. Hacia reflexiones internas y concluía siempre con los
mismos recuerdos: “
al principio, cuando niños, vivi-
mos las fiestas de Navidad con el deseo de que los
Reyes Magos tengan comida para sus camellos, o
Papa Noel encuentre el árbol o una chimenea en
casa, donde poner los regalos, así volverán todos
los años. Ingenuidad, transparencia, felicidad, espe-
ranza... Luego, se produce la transformación, y los
hijos pasan a ser padres de sus padres
”. Más de una
vez, en una camilla de rayos X, notamos un inmenso amor
de una hijo/a a un padre o a una madre, colocando sus
piernas o su cuerpo para mayor bienestar al hacerle la
revisión. Hay excepciones, pero esto es lo habitual. Ese
gesto de amor de hijos a padres, me hacía voltear la ca-
beza para que nadie descubriera mis sentimientos, la hu-
medad en los ojos y las emociones. Pensaba ¡Que lujo te-
ner ese viejito que te dio la vida acompañando tus horas!
Y vives otra Noche Buena, con una ternura similar y dis-
tinta, compartiendo y luego brindando por tener a tu fa-
milia un año más en tu mesa de celebración.Y la historia
se repite, no importa si eres creyente o no lo eres, por-
que lo que necesita la gente son los afectos y esos no
son patrimonio de creencias sino del corazón.
La verdad, es curioso buscar, para tirar algo que ni es-
peras ni recuerdas; llega el mo-
mento de tirar borradores de
trabajos, cartas de profesores
extranjeros alabando los resul-
tados de alguna investigación
que hiciste, etc.Y entonces sur-
ge la sorpresa. Entre sus manos
aparte de papeles llenos de pol-
vo y arrugados, ¡verdadero nido
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Aurora Sánchez Sousa
Pliegos de Rebotica
´2016
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Otra Navidad
y una sortija
LOS CAMINOS COLATERALES DEL CORAZÓN