Revista Farmacéuticos - Nº 127 - Octubre/Diciembre 2016 - page 17

cara de policía, debía marcharse para acudir al
médico, según dijo. Nos pidió que al salir
cerráramos con un portazo y que las luces
quedaran apagadas. Había confianza, éramos
amigos suyos tras cinco largos cursos. La
facultad casi desierta y Virginia y yo los dos
sufridos resistentes de la biblioteca. Faltaba
poco para los exámenes de junio, los últimos
de la carrera, y exprimíamos las horas para
memorizar docenas de páginas de apuntes.
Hay episodios imperecederos que surgen una
vez en la vida, sin avisar, y pronto se tiene la
áspera certeza de que no se darán de nuevo.
Hace muchos años que me resigné a no volver
a poseer en el rincón de un oscuro archivo a
una Virginia enroscada en mis brazos y
apoyada en un armario. A no volver a
absorber entre gemidos el sabor agridulce de
su cabello enmarañado, de su piel, exquisita
como el raso, ni a besar y morder sus labios y
cada centímetro de su cuerpo receptivo, ojos
cerrados y nuca arqueada. Ni a lamer uno tras
otro valles, montañas y canales, como el niño
goloso que rebaña la melaza de un cuenco,
mientras ella acompasaba los movimientos de
su pelvis al ritmo de mi lengua. Entonces
deseé que el instante fuera eterno, pero intuí
que iba a ser tan efímero como irrepetible, y
que luego se perdería para siempre, igual que
el agua de un cubo arrojada en el mar.
En aquella caliginosa tarde los dos fuimos uno.
Por primera y última vez.Y lo fuimos con la
furibunda pasión de los veinte años. Sin apenas
palabras. Sin miedos ni vergüenzas ni
remordimientos.Y, al acabar,Virginia desanudó
el pañuelo de su cuello y lo impregnó con el
sudor y los restos de los flujos de ambos.
Después, luciendo la sonrisa más fascinante y
pecadora que mis ojos han disfrutado jamás,
lo escondió en un hueco trasero de un
armario instalado esa misma mañana, todavía
por fijar a la pared. La guarida perfecta para el
amuleto de un éxtasis.
Me senté en una caja. Extraje del bolsillo de la
chaqueta el sobre, y de éste su contenido: la
foto de un hermoso distrito
de Alejandría, y una hoja
escrita con cuidada letra
redondilla.
«Mi querido Enrique:
Espero que este correo
te llegue. Solo dispongo
de tus antiguas señas,
las que
nos
intercambiamos en la fiesta de despedida de la
promoción. ¡Hay que ver, tiemblo al recordar
que de eso hace más de cuarenta años!
Aunque, si bien lo pienso, a estas alturas me
parece que de todos los brillos de mi vida
hace ya cuarenta años.
Nuestra compañera Irene me comunica que
trasladan la facultad de Exactas a la
Universidad Politécnica, que van a demoler el
edificio donde estudiamos, para construir
oficinas o algo parecido. Quizá lo sepas. Pues
bien, esta vieja amiga se atreve a pedirte con
toda el alma que le concedas un pequeño e
íntimo favor. Hay algo que quiero que rescates
antes de que la piqueta lo sepulte. ¿Te
acuerdas del pañuelo que oculté en la
biblioteca? ¡No te perdonaría que lo hubieras
olvidado! Quiero que lo recuperes y que lo
guardes donde no tengas que dar
explicaciones a nadie. ¡No lo tires, por lo que
más quieras! Me reconfortará saber que lo
tienes tú.Y sólo tú, porque me temo que
nunca podrás devolvérmelo. Pero con eso me
conformo.
Tras mucho deambular resido en Alejandría,
donde vivo razonablemente feliz con la
proximidad de mis hijos y nietos, y junto a
Karim, mi marido. ¿Recuerdas?, mi novio de
entonces. Al final, aquel egipcio moreno que
tan mal te caía consiguió regresar a su país
con una española en la maleta.
La memoria no me funciona como antaño.
Aumenta la distorsión de unos recuerdos en
los que se entremezclan personas y fechas
deformadas por las realidades cotidianas,
como los países cuya ubicación confundo a
menudo. Pese a ello, en mi mente han
quedado prendidas algunas imágenes nítidas
que, te lo juro, nunca se borrarán, y que al
cabo de una montaña de años reaparecen de
vez en cuando, como una placentera reliquia
gráfica. Sobre todo si mi ánimo decae en ratos
de pesimismo, nostalgia o soledad. En este
caso, ¡en el tuyo!, ¿fue culpable el más
divertido, tierno, ocurrente, guapo, aunque
también un poco temerario y hoguera, de
todos los chicos de nuestra promoción de
Ciencias Exactas?
Te adjunto una foto de mi
barrio. Mi casa es la grande
de color blanco, a la derecha
del minarete. La tuya la
tendrás siempre dentro de
mí.
Virginia»
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Pliegos de Rebotica
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