Revista Farmacéuticos - Nº 127 - Octubre/Diciembre 2016 - page 16

S
S
u frontis neoclásico daba pena de
tan descolorido, como si lo
hubieran rascado con un
gigantesco cepillo de púas. El
inmueble en conjunto parecía un
león agonizante varado en una esquina de
la plaza, lleno de grietas, desconchados y
excrementos de ave. El espectáculo, de puro
triste, me hizo dudar. Acaricié el sobre, en el
bolsillo interior de la chaqueta, a la altura del
corazón, y un aleteo de voluntad me impulsó a
continuar caminando.
Pulsé el timbre del pórtico y un bedel muy
joven asomó bajo una sonrisa afable. Me
presenté como antiguo alumno de la facultad,
matemático recién jubilado, y añadí que al
enterarme de su inmediata demolición me
habían entrado la morriña y las ganas de
dedicarle una visita antes de que
desapareciera. Que no faltaría más, amigo, que
entendía mis sentimientos y que no era el
primero al que se le había ocurrido. Más bien
de los últimos. Me advirtió que tras semanas
transportando lo que fuera útil no quedaba
nada interesante. El resto iría a los
contenedores. Me cedió el paso al interior y
siguió tecleando en su móvil.
La desolación invadía el claustro de la vieja
facultad de Ciencias Exactas, en su tiempo
orgullo de la Universidad Complutense. Me
recordó una playa batida por los restos de un
naufragio. El suelo lleno de cascotes y
desperdicios, gatos merodeando entre restos
de bocadillo, paredes enmohecidas, ventanas
sin cristales... Abandono, suciedad y brozas.
Inmersas en un silencio de
oquedad, infinitas moléculas
de polvillo en suspensión
danzaban al sol del
atardecer creando una
atmósfera fangosa. Subí
por escaleras de
peldaños rotos entre
balaustradas de piedra
descarnada.
En el piso
superior
desemboqué en la
biblioteca. Se me escapó una sonrisa
melancólica. Cuatro décadas atrás,
Virginia y yo coincidimos allí en jornadas de
aplicado estudio, rodeados de silencio y de
estanterías con libros y cartapacios
pulcramente ordenados. La recorrí con
devoción. Desposeída de sillas y mesas, con
anaqueles vacíos que iban a terminar hechos
añicos, anduve por ella sorteando textos
desmochados, papeles rotos y utensilios en
desuso, como reglas de cálculo y tablas
logarítmicas. En un rincón algunas cajas con
cachivaches a destruir. Tan solo me reconfortó
el añejo perfume a madera noble.
Por un lateral pasé al archivo que se utilizaba
como almacén de la biblioteca. Miré al fondo.
Un suspiro de alivio. Había llegado a tiempo.
Supuse que el armario era demasiado viejo
para reutilizarse y demasiado grande para ser
transportado. Supuse también que en eso nos
parecíamos: ambos éramos ya considerados
por la sociedad entes obsoletos e inservibles.
Con un barrote de hierro palanqueé para
separarlo del muro. Arrodillado y alargando el
cuello, extendí el brazo por detrás y palpé con
las yemas de los dedos la superficie de
madera hasta tocar la tela. Allí seguía. Lo así
por la punta y estiré, muy despacio, con mimo,
no fuera que se hubiera ajado y lo rasgara. El
pañuelo de seda de Virginia. La única prenda
de las que vestía que no le quité.
En aquella lejana tarde nos demoramos más
de lo habitual. Otro bedel, ése con bigote y
Rafael Borrás
Virginia y yo
16
Pliegos de Rebotica
´2016
1...,6,7,8,9,10,11,12,13,14,15 17,18,19,20,21,22,23,24,25,26,...52
Powered by FlippingBook