S
e cumplen ahora los
cien años del nacimiento de
Georg Solti, el músico húnga-
ro cuya dimensión universal
ocupó la segunda mitad del si-
glo XX y del que además de ser
contemporáneo, he sido admi-
rador y seguidor en un tiempo
en que mi afición a la música
se encontraba en plena activi-
dad.
Para mi ha sido sin duda el
director de orquesta de mi
tiempo, de una época muy di-
fícil para él, ante la coinciden-
cia con otros grandes maestros,
algunos de los cuales de una
personalidad especial, como el austriaco Herbert Von Ka-
rajan que marca tal antagonismo con Solti que hace que
nos fijemos todavía más en éste último.
Georg Solti había nacido en 1912 al igual de otros
colosos de la música como Leinsdorf, Celebidache y
Markevich que también comparten con ellos el esplen-
dor de un período muy brillante. Fue discípulo de Bèla
Bartok, Zoltan, Kodily y Leo Weiner en la Academia
Liszt de Budapest y, además de pianista, trabajó como
asistente en la ópera de dicha ciudad donde en 1938 lle-
gó a dirigir su primera ópera y única hasta después de la
gran guerra,
Las bodas de Fígaro
.
A partir de esa fecha y debido principalmente a su
condición de judío se exilia en Suiza donde gana el con-
curso de piano de Ginebra y pudo conseguir un permiso
de trabajo. Aunque no le preocupaba la política tuvo que
luchar contra el antisemitismo preponderante que siem-
pre le supondría una carga grande en aquellos tiempos.
Terminada la guerra, y confiando en sus propias fuerzas,
acudió al responsable musical para las tropas de ocupa-
ción americanas en Baviera que era el húngaro Edward
Kilenyi al que le pide ser director principal de la Staat-
soper de Munich. Solti era un trabajador duro, exigente
de sí mismo, un hombre recto y un gran dominador ri-
guroso y fuerte, que fue, sin duda, muy valiente en soli-
citar aquel puesto de director, habiendo dirigido única-
mente en toda su vida aquel Fígaro de Budapest. Nadie
se daría cuenta en Munich que todas las óperas que fue
dirigiendo lo eran por primera vez, pero su interés y su
tesón le harían sobreponerse a cualquier obstáculo.
Era la admiración de todos. En cierta ocasión, ensa-
yando
El caballero de la rosa
, estaba siendo observado
por el autor de la obra Richard Strauss que le ofreció al-
gunos consejos profesionales insinuándole que se lo to-
mara con calma y que ahorrara energía. Pero era impla-
cable consigo mismo, tenía demasiada prisa por abrirse
paso, siempre apun-
taba hacia adelante,
y dejó plantado al
maestro.
Era dominador y
nunca exigía nada a
sus músicos que no
pudiera realizar él
mismo. Una vez su
productor discográ-
fico comentaría que
nunca había visto
trabajar a un direc-
tor más duramente
que Solti para con-
seguir plenamente
sus objetivos.
En 1961 llega al Covent Garden, donde permanece-
rá una década que va a representar un pilar brillante en
la vida del director y del propio teatro, obligando a los
cantantes a compararse con los mejores del mundo, ele-
vando a muchos a la cima de la fama, tal es el caso de
la australiana Jane Sutherland, Luciano Pavarotti y otros
muchos,
Fue presentado a la Decca como pianista, aunque él
solo quería ser reconocido como director y después de
diez años trabajando con el famoso sello dirigió la gra-
bación completa del
Anillo del Nibelungo
, que casi todos
los directores procuraban eludir. Solti continuó en la Dec-
ca de por vida y su labor constituyó una colaboración
única en los anales de la discografía, fue el comienzo de
su salto al estrellato y sus discos revolucionaron todas las
interpretaciones in vivo, actuando como un verdadero ca-
talizador que obligaba a preparar al máximo todas las ac-
tuaciones. Era tal su fuerza que Karajan mandó retirar en
Viena todas las grabaciones de Solti por lo que podía su-
poner para él.
Por todo lo que representó para el Covent Garden,
en 1971 le fue concedida la nacionalidad británica y
después de un triunfal
Tristán
de despedida, le fue im-
puesta la encomienda de Caballero Comendador del
Imperio Británico y ya sería hasta el final de sus días
Sir Georg Solti. Había culminado una fase muy im-
portante de su vida e instalado cómodamente en una
gran casa en Hampstead comenzaba en cierto modo a
sentirse británico. Al dejar la ópera, Solti pasó a la Fi-
larmónica de Londres.
Cuando llegó al Covent Garden comunicó a todos su
deseo de hacer de aquel teatro el primer teatro de ópera
del mundo, diez años después se había realizado su de-
seo, y mientras la Scala de Milán se esforzaba en la bús-
queda de una cabeza rectora que remediara su crisis en
casi todos los órdenes, el Met neoyorquino estaba sumi-
Jesús Arnuncio Pastor
MÚSICA
P
de Rebotica
LIEGOS
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Sir Georg Solti (21 Octubre 1912 – 5 Septiembre 1997)
En el centenario de
Solti