Revista Farmacéuticos - Nº 112 - Enero/Marzo 2013 - page 24

¿Cómo funciona la hidroterapia? El estímulo
térmico y dinámico que provoca la aplicación
del agua a diferente temperatura y presión sobre
la piel provoca una respuesta local en la
circulación sanguínea superficial. Los receptores
cutáneos transmiten vía refleja, y a través del
sistema nervioso, una respuesta que se propaga
rápidamente al resto del cuerpo, alcanzando
musculatura y vísceras, afectando de forma
positiva al funcionamiento general de todo el
cuerpo. No es ningún misterio que después de
tomar una simple ducha en nuestro hogar,
mejoramos considerablemente nuestro humor y
un agradable bienestar se apodera de todo
nuestro ser, regenerando la condición física y
mental. “Tomar las aguas” es una auténtica
bendición para cuerpo y espíritu.
Mens sana in
corpore sano
decían los romanos, que de esto
sabían un rato largo.
Pero demos aún un paso más. La mayor parte de
las aguas terapéuticas son las denominadas
aguas termales, esas míticas y misteriosas aguas
que afloran del suelo a temperaturas superiores a
5ºC por encima de la graduación superficial,
que, cargadas de sales minerales y de elevada e
intrínseca temperatura, favorecen el alivio de
numerosas afecciones psicosomáticas al
aplicarse de forma terapéutica.
Hoy nos parece satisfactorio reencontrarnos con
la naturaleza agreste que emana de las
profundidades de la corteza terrestre en forma de
vapor de agua y de agua líquida, y con mayor
razón si este agua tiene efectos reparadores sobre
nuestro cuerpo y mente. Nuestros más lejanos
antepasados no necesitaban de este reencuentro,
puesto que ellos estaban en constante y marcado
contacto con la naturaleza. Es más, aquellos
hombres
eran naturaleza en sí mismos
. Nosotros,
los seres humanos del siglo XXI tenemos un
elevadísimo componente artificial, recogido a lo
largo de tantos y tantos años de tecnología. Pero
no cabe duda, que a unos y a otros las aguas
calientes y agradablemente vaporosas, ésas que
brotan humeantes de la montaña, de ignotas
cavernas o del suelo, nos parecen fascinantes.
Esa característica seductora y atractiva de las
aguas termales, acentúa la percepción sensorial y
sensual del tomador de aguas, ya sea en su
vertiente interior (el que las ingiere) como
exterior (el que se sumerge en ellas), y sugiere la
inmersión en un universo de fuerzas telúricas
próximas, reconciliando al
Homo sapiens
con la
dimensión más primitiva y recóndita de su ser.
Todo surge de la madre Tierra, y a ella se vuelve
una vez recorrida la senda que no se ha de volver
a pisar. Si bien las aguas termales nos parecen
que hoy día no poseen nada de religioso,
tengamos por seguro que nuestros antepasados
las adoraron como refugio de divinidades, que
proporcionaban bienestar a sus devotos. Y a ellas
debieron dirigir sus rituales, como en general al
resto de aguas. Beber agua y tomar los baños
fueron un acto de comunión con la naturaleza.
Cuando los romanos se asentaron en la
Península, esta acción, en esencia tan pura y
simple, a la par que profunda, devino en un acto
social, aquél que tenía lugar en los
establecimientos termales, donde los miembros
de la sociedad hispanorromana se reunieron para
charlar de su cotidianeidad, forjaron negocios, a
la vez que sanaron o paliaron algunas de las
dolencias que pudieran padecer. Una actividad de
lo más completa, desde luego.
Pozo Airón
P
de Rebotica
LIEGOS
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