Revista Farmacéuticos - Nº 112 - Enero/Marzo 2013 - page 20

P
de Rebotica
LIEGOS
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judíos antes de deportarlos a los campos de
concentración.
Las enfermedades eran endémicas. Abundaban de
forma notoria dos tipos de tuberculosis –la tísica
o pulmonar y la escrófula, que afectaba a los
huesos, la musculatura y la piel– y el tifus era un
temor constante. Los niños estaban tan
debilitados que enfermedades que hoy en día no
son más que molestias menores resultaban
entonces devastadoras. El sarampión mató en el
siglo XIX a más niños que cualquier otra
enfermedad. La tos ferina se encargó de matar a
decenas de miles más.
Las carencias alimenticias y la mala higiene
hacían universales las lombrices, la tenia y otros
sinuosos invasores del organismo. Una empresa
farmacéutica de Manchester fabricó un purgante
que garantizaba expulsar hasta el último
inoportuno parásito que pudiera haber en el tracto
intestinal. Un usuario testificó que había
expulsado cuatrocientos treinta gusanos.
La tiña y otras infecciones de origen fúngico eran
asimismo endémicas. Los piojos eran un
problema constante. Uno de los tratamientos para
combatirlos consistía en poner en remojo la ropa
de cama en una solución de cloruro de mercurio y
cloruro cálcico, lo que convertía las sábanas en
un veneno no solo para los piojos, sino también
para los desgraciados que dormían en ellas.
Enlazando con estos “remedios”, citemos el
jarabe de Winslow, empleado como antipirético
en medicina infantil y que contenía ¡sulfato de
morfina, cloroformo y heroína!...
En 1876, Robert Koch, por aquel entonces un
desconocido médico alemán,
identificó el microbio
Bacillus anthracis
,
responsable del ántrax. Siete
años más tarde, identificó el
Vibrio cholerae
, como
causante del cólera y el
Bacilo de la tuberculosis. Por
fin había pruebas de que
microorganismos individuales
eran los causantes de
determinadas enfermedades.
Entre 1845 y 1846 se produjo
una escalada de muertes al
empezar a marchitarse y a
secarse la cosecha de patata,
fuente alimenticia
fundamental en el siglo. Al
desenterrar los tubérculos,
aparecieron esponjosos y en
avanzado estado de descomposición. Aquel año se
perdió la mitad de la cosecha irlandesa. El
culpable fue un hongo
llamado Phytophthora
infestans
, pero nadie lo sabía. La gente le echó la
culpa a cualquier cosa que se le pasara por la
cabeza: al vapor de los trenes de vapor, a la
electricidad de los postes del telégrafo, a los
nuevos abonos de guano que empezaban a ser
populares. Y la cosecha fue mala en toda Europa,
pero los irlandeses dependían muy especialmente
de ella. Un millón y medio de personas murieron
de hambre. Fue la mayor pérdida de vidas
humanas sufrida por Europa desde la peste negra
del siglo XIV.
Las epidemias asesinas eran habituales en el
mundo escasamente higienizado previo a la
aparición de los antibióticos. Y a la epidemia de
cólera de 1832 se sumaron posteriores brotes
mortales de gripe, nuevamente el cólera, fiebres
tifoideas, fiebres reumatoides, escarlatina, difteria
y viruela.
John Snow estudió medicina y se convirtió en un
destacado anestesista y uno de los primeros en
usar anestésicos como el cloroformo y el amileno.
Hasta finales del siglo XIX, la mayoría de los
médicos atribuía la fiebre puerperal al ambiente
contaminado o a una moral relajada, cuando de
hecho la causa eran sus manos sucias, que
transferían microbios de un dolorido útero a otro. En
un momento tan temprano como 1847, un médico
vienés, Ignaz Semmelweis, se dio cuenta de que si el
personal del hospital se lavaba las manos con agua
ligeramente tratada con cloro, las muertes de todo
tipo caían en picado, pero casi nadie le prestó
atención y pasarían aún muchas décadas antes de
que las prácticas antisépticas se generalizaran.
El nombre de hipnosis lo
empleó por primera vez con
connotaciones científicas el
cirujano escocés James Braid,
que en 1842 lo asimiló con
Hypnos (en griego, dormir),
hermano de Thánatos, el dios
griego de la muerte.
A Cádiz llegó de su segundo
viaje, en 1813, Francisco
Javier Balmis, que llevó al
Nuevo Mundo la vacuna
antivariólica.
Si no es por todo esto, ¿nuestra
existencia en el siglo veinte
hubiese alcanzado los niveles
de confort, higiene y salud de
los que hemos disfrutado?
Beethoven
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