E
n la corte de Francia y en el reinado de Luis XV
existía un cargo extraño y único en Europa, “la
Maitresse en Titre” o sea “la amante oficial del rey”.
No aparece en ningún protocolo, ni en ningún
manual, pero prácticamente se trataba de una
institución de todas aquellas concubinas preferidas
de los reyes. De las frecuentes aventuras amorosas
con las damas de la Corte, a veces breves y otras
convertidas en relaciones más o menos estables,
mantenidas a la vista de todos, conocidas en todo el
país y hasta en el extranjero. A pesar de las críticas
de algunos clérigos, era un privilegio envidiado por
las más hermosas damas cortesanas que no
imaginaban honor más elevado que convertirse en la
amante oficial del rey.
Fue en 1745, en un baile de mascaras para
festejar el enlace del delfín de Francia con la infanta
española María Teresa, cuando Jeanne Antoinette
Poisson (futura marquesa de Pompadour) conoció a
Luis XV. Según ella misma cuenta, a la edad de
ocho años una echadora de cartas le pronosticó que
sería amante del rey. Así que decidió aprovechar la
oportunidad. Solo había un pequeño inconveniente
que resolvió cuando ya fue amante del rey,
¡divorciándose! Y era que a los veinte años se había
casado con el hijo del tesorero general de la Casa de
la Moneda, Carlos Guillermo Lenormant. Un enlace
muy ventajoso para ella, tanto social como
económico, pero no lo
bastante para satisfacer su
ambición. Ni las fiestas que
daba su marido en sus
posesiones de Etioles,
suficientes para alagar su
vanidad. Pero bueno, lo
cierto es que el rey terminó
fijándose en ella en aquel
multitudinario baile de
disfraces. La siguió, pero ella
se escabullía procurando que
el rey no la perdiera de vista.
En cierto momento dejo caer
el pañuelo que llevaba en la
mano y que el rey se
apresuro a recoger. Al no
poder dárselo por la distancia
se lo arrojó con la mayor
cortesía. Al instante un
murmullo recorrió toda la
sala y las rivales
desesperadas, desde ese
preciso momento la odiaron, la despreciaron y… ¡la
envidiaron!
Luis XV, muy joven, se había casado con una
princesa polaca diez años mayor que él, cuentan que
algo ñoña y poco agraciada y según dicen pronto se
lanzó a los juegos galantes y se dejó conquistar por
tres bellas hermanas. La última de ellas murió
repentinamente dejando vacante el puesto. La Corte
era un hervidero de bulos, de intrigas, ante la
incógnita de quien sería la siguiente amante del
Sire
.
Había muchas candidatas, cada una de ellas apoyada
por alguna de las diversas facciones que existían en
la Corte. Pero la decisión final resulto inesperada y
sorprendente al recaer en una joven (para aquel
tiempo no tan joven) de veinticinco años, casada y
con una hija pequeña. La Corte estaba
escandalizada:
¡Una plebeya en Versalles!
Se
rompía así todas las tradiciones en la delicada
función del amancebamiento del rey. Las damas
sentíase vejadas al verse postergadas por una
burguesa. Cuando en septiembre de 1745 fue
presentada oficialmente siguiendo el protocolo, que
incluía una visita a la reina, que curiosamente la
recibió muy bien y otra a los infantes que la
acogieron de uñas, la mayoría creyó que en pocas
semanas volvería al lugar que le correspondía. ¡Un
capricho pasajero del monarca! La escrutaron con
ojos chispeantes de odio en busca de pruebas de
vulgaridad… de falta de
clase… y hasta su físico de
una extremada belleza, “
con
un semblante fresco y
delicado y una mirada llena
de adorable malicia
” fue
criticado. Solo pudieron
sacarle un defecto: sus labios
pálidos y fruncidos, que desde
luego desmerecían en aquella
hermosa cara. Defecto que se
debía a su costumbre de
mordérselos continuamente lo
que acabó por romper las
venillas imperceptibles y su
color se volvía blanquecino y
sucio cuando no se los
mordía. Y cosa curiosa, con el
tiempo llegó a ponerse de
P
de Rebotica
LIEGOS
21
RELATOS
M. García Piñuela
La maitresse
en titre
Madame de Pompadour,
en un retrato por
François Boucher 1758.