Revista Farmacéuticos - Nº 112 - Enero/Marzo 2013 - page 29

cristianismo y la cultura
romana y aquella donde
permanecía siempre
latente un arraigado
sentimiento de rebeldía
contra el dominio
visigodo.
Duro y certero golpe
contra su padre, el rey
Leovigildo, quien, no
obstante, a pesar de la
sorpresa y desconcierto, se
mostró en un primer
momento cauto y
prudente, tratando de
resolver el incuestionable
problema por cauces conciliatorios. A tal fin mandó
recado a su hijo para que acudiera a la corte toledana.
Hermenegildo no atendió la supuesta cita
conciliatoria.
Leovigildo aspiraba, tal como se ha considerado
más arriba, a unificar todo el territorio de su reinado
bajo el credo arriano. A tal fin convocó en Toledo en
el año 580 un sínodo de obispos arrianos en el que se
tomó el acuerdo que favorecía a los católicos que
quisieran acogerse a la legalidad arriana, pudieran
manifestarlo sin necesidad de ser rebautizados. La
formula no alcanzó el éxito esperado y, salvo
contados casos, la población y el clero católico no
dieron el paso anhelado por Leovigildo.
Ante la negativa de su hijo de presentarse en
Toledo y el fracaso del sínodo, Leovigildo inició una
dura campaña persecutoria contra la iglesia y
población católicas. Se decretó el destierro de algunos
obispos y la incautación de bienes y rentas. Las
medidas coercitivas lejos de traducirse en resultados
satisfactorios, encendieron la llama de la resistencia
de la población y la sublevación, ya organizada, de
Hermenegildo. La guerra fue, entonces, inevitable,
contando el gobernador de la Bética con el apoyo
teórico inicial de los bizantinos. Hermenegildo, tal
como hiciera Atanagildo un cuarto de siglo antes, al
rebelarse contra Agila, procuró de conseguir el apoyo
bizantino y, a tal efecto, el obispo de Sevilla, Leandro
viajó a Constantinopla.
Hermenegildo estableció su corte en Sevilla y, a
todos los efectos, se comportaba y actuaba como un
verdadero rey (de la Bética), lo que se traducía en una
más que evidente incomodidad para su padre. Acuñó,
incluso, moneda con la inscripción
regi a deo vita
: la
vida del rey viene de Dios. Leovigildo, sin otra
aparente alternativa, inició las hostilidades contra su
hijo en el año de 582. En su avance hacia Sevilla
conquistó Cáceres y Mérida, compró la alianza con
los bizantinos y consiguió, además, la ayuda, más
simbólica que real, del rey suevo Mirón. Al año
siguiente, 583, las tropas de Leovigildo, figurando al
frente el mismísimo rey, se
dirigió directamente hacia la
Bética, puso sitio a Sevilla,
por un periodo que se
prolongó más de un año,
impidiendo la navegación
por el río y, en cuyo
transcurso, se apoderó del
castillo de Osset (San Juan
de Aznalfarache), puesto
estratégico de defensa de la
ciudad cercada, y se apoderó
también de Itálica (restauró
las murallas y acuñó una
moneda conmemorativa). La
ciudad de Sevilla, al fin, se
rindió, aunque previamente,
Hermenegildo, logró huir
para refugiarse en Córdoba,
dispuesto decididamente a ofrecer una resistencia
contumaz.
Leovigildo aprovechó la ocasión para someter a
numerosos poblados y baluartes en su camino hacia
Córdoba. En esta nueva oportunidad bélica de
encuentro entre el rey, Leovigildo, y su hijo rebelde,
Hermenegildo, no hubo ocasión para la lucha armada:
la mediación de su hermano, Recaredo, al parecer,
convenció al príncipe para entregarse a su padre, el
rey, con promesa de recibir el perdón. Leovigildo
regresó a Toledo llevando a su hijo en calidad de
prisionero, contra el que decretó orden de destierro a
Valencia, trasladado más tarde a Tarragona, bajo la
custodia del duque Sisberto. Mientras todos estos
acontecimientos acaecían, la princesa Ingunda,
llevando consigo a su pequeño hijo Atanagildo, así
bautizado en memoria de su bisabuelo, huyó a la
demarcación bizantina, muriendo en África camino de
Constantinopla, donde quedó el niño, al parecer, para
ser educado.
Hermenegildo murió decapitado. Relatos
históricos cuentan que Leovigildo había intentado
atraerlo de nuevo hacia la causa arriana, no obstante,
llegada la fecha de la Pascua del año de su muerte, le
envió un obispo arriano para que recibiese la
comunión conforme a su rito y norma litúrgica, hecho
que Hermenegildo interpretó como una apostasía por
su parte. Sin dudarlo rechazó de inmediato la
comunión arriana. Ante la negativa, recibió el martirio
el día 13 de abril del año 585 de manos de su
carcelero Sisberto. Según el relato de L. Vázquez de
Parga, en su Discurso de ingreso en la Real Academia
de la Historia, 1973, (
San Hermenegildo ante las
fuentes históricas
), “allí mismo, en la cárcel donde
yacía encadenado, –
securem cerebro eius infigentes
vitam corporis abstulerent–
le privaron de la vida
corporal abriéndole la cabeza de un hachazo”.
En la segunda parte trataré más ampliamente
sobre el martirio de San Hermenegildo y el juicio
histórico sobre este trascendente hecho de la historia
altomedieval española.
P
de Rebotica
LIEGOS
29
Triunfo de San
Hermenegildo (1654),
por Francisco Herrera el
Mozo. Museo del Prado
de Madrid.
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