Revista Farmacéuticos - Nº 112 - Enero/Marzo 2013 - page 32

pero al menos las maneja aceptablemente en la
mayor parte de los casos. Es lo mejor a lo que
podemos aspirar hasta que la educación, sin la que la
libertad no adquiere auténtico sentido, se universalice
en términos reales. Sea como fuere, una democracia
de incultos tampoco es satisfactoria, en la medida en
que acaba por transformarse en la dictadura de la
demagogia. Sobran los ejemplos.
Democracia –en cuanto justo sistema de
convivencia– y educación aparecen así
irremediablemente ligadas e, incluso,
biunívocamente dependientes. No hay auténtica
democracia sin que exista un libre desarrollo
intelectual, de la misma forma que no podemos
aspirar a una educación rigurosa, universal y
eficiente si no hay un sólido sistema democrático que
la garantice y la proteja. En ese sentido, permítame
que me arrime a Popper, que identificaba en las
sociedades liberales esta relación con lo que él
llamaba
optimismo epistemológico
, la concepción
optimista del poder del hombre para discernir la
verdad y adquirir conocimiento
7
:
el hombre puede
conocer, por lo tanto, puede ser libre.
Bertrand Russell identificaba el enfrentamiento
entre los dos polos, la libertad individual y el bien
común, con el conflicto que se desenvuelve entre la
pasión por el poder y la pasión por la seguridad:
deseamos el imperio de la ley por amor a la
seguridad, y la libertad por amor al poder
. Y no
podemos acogernos a un equilibrio natural entre
ellos, porque lo natural no es algo comúnmente
aceptado por todos y en todas las épocas. El propio
Russell
8
, decía al respecto:
natural es, toscamente
hablando, todo aquello a lo que uno se acostumbró
en su niñez. Lao Tse se oponía a las carreteras, los
carruajes y los barcos, todos los cuales eran
desconocidos en el pueblo donde nació. Rousseau
estaba acostumbrado a estas cosas y no las
consideraba contrarias a la naturaleza, pero hubiera
tronado contra los ferrocarriles si hubiera vivido lo
suficiente como para conocerlos.
En cualquier caso, Bertrand Russell
se inclinaba más hacia la libertad
individual que hacia una
concepción
estatalista del bien común, a
pesar de su inicial simpatía por el
experimento comunista de Lenin; una posición
inicial que cambió radicalmente tras visitar la Unión
Soviética y reunirse con el propio Lenin, en 1920.
Tras ello, acabó sintiéndose
9
infinitamente
descontento en esta atmósfera sofocada por su
utilitarismo, su indiferencia hacia el amor y la
belleza, y el vigor del impulso
y llegando a
considerar al líder de la revolución similar a un
fanático religioso, frío y liberticida:
quien cree, como
yo, que el intelecto libre es la principal máquina del
progreso humano no puede sino oponerse
fundamentalmente al Bolchevismo tanto como a la
Iglesia de Roma. Las esperanzas que inspiran al
comunismo son, en lo principal, tan admirables
como aquellas inculcadas por el Sermón de la
Montaña, pero ellas se sostienen fanáticamente y son
igual de probables de hacer tanto daño como ellas.
José Antonio Marina
10
le pregunta a la
democracia ¿quién es el titular legítimo del poder?
Y le responde que
el pueblo
, mientras que el
liberalismo responde a la pregunta sobre
cuáles
deben ser los límites del poder, que cuanto más
limitado sea, mejor
. En las sociedades occidentales,
radicadas en el razonamiento crítico griego y
fundamentadas éticamente en el cristianismo –mal
que les pese a algunos– hemos alcanzado un nivel de
libertades públicas nada desdeñable. En este
desarrollo sociopolítico, a pesar de sus limitaciones,
hemos llegado a valorar la ciencia por su
extraordinaria influencia sobre la libertad; pero una
visión excesivamente utilitarista de la ciencia puede
enmascarar el propio sentido que tiene el
conocimiento, como base de la libertad. Cuando la
tecnología trasciende el papel de herramienta para
facilitar el desarrollo vital y la convivencia, corremos
el riesgo de que se convierta en una auténtica trampa
que asfixia nuestro crecimiento interior; cuando es la
tecnología la que nos fija los objetivos vitales, somos
nosotros los que nos ponemos a su servicio o, más
propiamente, al servicio de los que controlan la
tecnología. Seguro que usted, amigo lector, es capaz
de encontrar numerosos ejemplos de esto último.
El sistema tecnológico, en sí mismo, solo es un
sistema mecánico que no entiende de
libertad ni de voluntad, ni le cabe la
conciencia por ningún lado. Solo sabe
marchar, sin importar a dónde; lo
único importante es seguir en marcha,
perpetuando el sistema; es la inercia
social, que se aprovecha de la pereza
mental de los individuos. Para
algunas personas es más fácil dejarse
llevar, mecerse en el confort de las
decisiones tomadas por otros y en la
P
de Rebotica
LIEGOS
32
7
Karl Raimund Popper.
Conjeturas y refutaciones. El desarrollo del conocimiento científico. Paidós, 1994.
8
Bertrand Russell.
Escritos básicos. Planeta-De Agostini, 1989.
9
Bertrand Russell.
Antología. Siglo XXI, 1971.
10
José Antonio Marina.
Los sueños de la razón. Ensayo sobre la experiencia política. Anagrama, 2006.
LA REALIDAD BAJO LA ALFOMBRA
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