do en atolladeros fiscales y la Ópera de Viena iba a co-
nocer una gran confusión después de la muerte de Kara-
jan, del Covent Garden se podía afirmar que por sus can-
tantes, por su ingenio para lograr excelentes
producciones, y sobre todo por su seguridad, fruto de la
labor ejercida por el maestro en ese tiempo, impregnada
de profesionalidad, de constancia en el trabajo y de en-
comiable buen hacer, se habían conseguido aquellos lo-
gros.
Se dedica ahora más a la música sinfónica y desde el
inicio en la Filarmónica actúa como director invitado en
numerosas orquestas europeas y al frente de la Orques-
ta de París vendrá por primera vez a Madrid en 1974 al
teatro Real cuando aún no había sido remodelado para
la ópera y recuerdo una versión antológica de la Sinfo-
nía Fantástica de Berlioz y de la
Vida de héroe
de Strauss
como lo más extraordinario de mi primer encuentro con
el maestro. Sin embargo, su labor más importante ten-
dría lugar al frente de la Orquesta Sinfónica de Chicago
en cuyo podio permaneció durante veinte fructíferos años
en los que colocaría a la orquesta en un nivel especial
dentro de las orquestas americanas, ya de por si todas
magníficas, por encima incluso de Filadelfia y Nueva
York. Había llegado con sus conocidas armas de siem-
pre, trabajo constante, concentración plena, estudio con-
cienzudo de las partituras y exigencia total a él y a cada
miembro de la orquesta, a conseguir en poco tiempo el
sonido de América, como se llegó a calificar a aquel es-
tupendo conjunto orquestal. Ofreció más de novecientos
conciertos e hizo más de cien grabaciones, obteniendo
29 premios Grammy.
Volvió a Madrid en 1983 al frente de la Filarmónica
de Londres, interpretando la obertura de
Tanhausser
y la
Sinfonía Heróica de Beethoven que dejaron huella en el
público, y ya con su orquesta de Chicago tuvimos la suer-
te de escucharle, todavía en el Real, en dos memorables
conciertos en 1985. Recuerdo los programas que el pri-
mer día ofrecieron la Sinfonía Nº39 de Mozart y la cuar-
ta Sinfonía de Chaikowski, verdaderamente arrolladoras
y el segundo dos inolvidables versiones de las novenas
de Shostakovich y de Bruckner quedando patente en to-
das ellas la plenitud alcanzada por este fenomenal con-
junto, primero entre las orquestas americanas, que como
diría a la salida don Antonio Fernández Cid: ... que lo
son entre las del mundo, y no le faltaba razón.
Para los salzburgueses Karajan era infalible. Sus adver-
sarios, verdaderos o imaginarios, eran rigurosamente ex-
cluídos. Durante años mantuvo alejado de Berlín a Leo-
nard Bernstein y saboteó en Viena todas las grabaciones
del sello Decca relativas a Solti, para encumbrar a la
Deutche Gramophon y a su etiqueta amarilla con las gra-
baciones de Karajan y la Filarmónica de Viena de todo
lo conocido por el gran público que se vendía muy bien.
En julio de 1989 falleció Karajan en pleno Festival
de Salzburgo, ensayando
Un ballo in maschera
. Solti fue
encargado de continuar el trabajo, salvando la obra de
Verdi y el Festival de aquel año; así recibió parte de la
herencia artística del maestro salzburgués y sería ya re-
conocido para siempre por aquel público. Fue director
artístico de dicho Festival desde 1991 a 1993.
Aún nos visitaría otra vez y dirigiría en nuestro audito-
rio a la Filarmónica de Londres en un emocionante con-
cierto. Fue en 1996 y con ochenta y cuatro años se en-
contraba todavía joven y fuerte. Dos días después en la
Residencia de Estudiantes del Consejo Superior de In-
vestigaciones Científicas tuvo lugar un Encuentro con el
maestro a las once y media de la mañana del 31 de oc-
tubre, el acto resultó muy entrañable y el músico depar-
tió con todo aquel que quiso dirigirse a él, nadie se ima-
ginó que ya no le volveríamos a ver más. El verano
siguiente falleció repentinamente cuando descansaba con
su familia en la Costa Azul.
Nos ha dejado un legado muy importante pues su dis-
cografía es muy interesante y se pueden calificar todas
sus grabaciones de antológicas dada la actitud del maes-
tro en estos eventos. Siempre le atraían las obras que re-
presentaban máxima dificultad, así las óperas de Richard
Strauss son ejemplos de ello,
Arabella, Elektra, Rosen-
kavalier
, y
Salomé
. Todas ellas con la Filarmónica y la
Staatsoper de la ciudad de Viena, resultan grandiosas.
De Wagner nos ha dejado una Tetralogía ejemplar y
única, sin comparación posible y una deliciosa
Tannhau-
ser
. No debemos olvidar tampoco el
Parsifal y Tristán
e
Isolde
todas ellas merecedoras de artículos elogiosos de
los críticos de todo el mundo.
Nos podíamos extender más en su discografía, pero lo
que siempre conservaremos con máximo respeto y ad-
miración son dos ejemplos de su trayectoria brillante,
el
Don Carlo
de Verdi con sus huestes del Covent Gar-
den y un reparto irrepetible: Tebaldi, Bumbry, Bergon-
zi, Ghiaurov, Fischer-Dieskau y Talvela. Y las Sinfoní-
as de Beethoven con su orquesta de Chicago, en su
pugilato con las de Karajan. Ambas conservamos con
un cariño especial.
■
P
de Rebotica
LIEGOS
27
MÚSICA
orquesta de Chicago
Covent Garden londinense