Revista Farmacéuticos - Nº 112 - Enero/Marzo 2013 - page 35

P
de Rebotica
LIEGOS
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RELATOS
sin mucho énfasis replicó: “He visto el valle
desde la cima de la montaña”.
Aquellos hermanos vivieron vidas diferentes,
como si aquella experiencia hubiera escrito
lemas diferentes para cada uno. El prudente
siempre que tenía oportunidad de
experimentar algo nuevo se decía a sí mismo
¿para qué? Y nunca se alejó de la seguridad
del valle. El otro, al que ya tenemos por
aventurero reaccionaba siempre de forma
idéntica ante cualquier reto ¿por qué no?
Se decía. De modo que muy pronto se
marchó de la seguridad del hogar
para conocer un mundo que le
llenaba de curiosidad.
Pasaron muchos años. El
hermano prudente se hizo cargo
de la granja. Del aventurero solo
se recibían noticias por carta.
Finalmente, el viajero se personó en
el valle, su hermano viejo y enfermo
reclamó su presencia. En
el lecho de muerte la
sinceridad suele ser
bien respondida y
aprovechando
esta
circunstancia,
preguntó.
“¿Recuerdas
aquella
ocasión en que
te perdiste
subiendo a la
montaña? “ El
hermano hizo
ademán de
intentar
recordar para
quitar
importancia al
hecho. “Claro”
replicó. “Después,
padre te castigó, sin embargo tu parecías
feliz, sonreías y esa sonrisa nunca la perdiste,
¿Crees que debía haberte acompañado?”.
Aquellas palabras hicieron saltar las lágrimas
del hermano aventurero, indicaban una
profunda infelicidad en la vida de su
hermano. La experiencia le había hecho
generoso de modo que buscó la forma de
responder sin mentir y al mismo tiempo
intentando no herir a su hermano. “Cada cual
vive la vida del modo en que el destino nos la
presenta. Tú eres el hermano mayor, las
circunstancias te han obligado a quedarte en
la granja, yo he podido abrirme camino sin
esa carga.” Después le tomó de la mano y
ambos esperaron juntos el final.
Tras enterrar a su hermano
permaneció unos días en el valle, subió
de nuevo a la cima y pudo ver el mismo
paisaje que contemplara años atrás. Allí se
preguntó si realmente había merecido la pena.
La subida era escarpada, algunos tramos casi
impracticables obligaban a asirse a ramas y
arrastrarse por un suelo gélido, le sangraban
las manos y el sudor mezclado con la tierra
ensuciaba su camisa. Mirándose las palmas
doloridas sintió de nuevo aquella involuntaria
sonrisa, una vez más había ganado, había
vencido contra sí mismo. Ahora ya sabía por
qué sonreía y una vez más se dijo ¿Por qué
no?
Descendió la ladera, alcanzó la casa del valle
y esa misma noche emprendió de nuevo su
camino. Al echar el cerrojo, una vez más,
sobrevino una sonrisa. Quizá el mundo es un
lugar pequeño para quien es capaz de sonreír
sin razón alguna.
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