Revista Farmacéuticos - Nº 136 - Enero-Marzo 2019 - page 24

arriba por fin…! Despliega tu
fuerza colosal y envíanos por fin al
cielo…
El ruido me aturde; en un segundo se
ha vuelto aplastante, diría que
infernal. A pesar de los múltiples
filtros acústicos de protección, la
terrible potencia de los motores y los
ene–mil de caballos de empuje que generan los
cohetes transfieren una parte de su poder a través
de las estructuras. Es imposible describir cómo la
fuerza del empuje vertical me incrusta en el
asiento hasta sentirme materia en trance de pasar
a agujero negro. Ahora sí que sí que la vibración se
desborda. Mientras el combustible sólido fluye por
los canalillos de alimentación, los sistemas de
propulsión siguen cumpliendo su misión de
romper la gravedad. Resulta magnético seguir el
avance de esos 124 segundos que trascurren hasta
que se desprenden. Agradezco que las voces
metódicas y forzadamente tecnificadas que llegan a
través de los auriculares sigan acompañando con
una armonía tonal este ascenso por ahora vertical.
La monitorización del despegue sigue vertiendo
datos a la cabina de la nave, indicando, y eso me
tranquiliza a pesar de la intensidad del instante, el
perfecto ajuste del vuelo al plan de trayectoria.
Por la inclinación y la variación de los parámetros
en cabina deduzco que comenzamos a hacer el
ajuste tangencial que necesitamos hasta llegar a la
horizontalidad. Mientras el tanque externo que ya
ha tomado el mando nos empuja cada vez más
deprisa, cada vez más lejos de la superficie
terrestre, permanezco atenta a los cambios que se
van a producir en el campo de visión de las
ventanas frontales. Es mi única posibilidad de
acción en estos momentos en los que un universo
cuántico se hace con mis sensaciones corporales
hasta hacer hacerlas desaparecer. Debo captar
cada detalle de estos instantes irrepetibles y lo
que acontece alrededor
aunque soy plenamente
consciente de que lo
que acontece solo es
importante para mí.
Pasan otros seis
minutos y hemos
alcanzado la altitud y la
velocidad previstas. Es
el momento del
apagado de los
motores y decir adiós
al tanque externo, que,
sintiéndolo como cosa
propia en la despedida, no
tardará en quemarse en la
atmósfera. Parece mentira que
estemos desplazándonos a 7,8
kilómetros/segundo, no se
atisba ni la más mínima
vibración. Por las ventanas del
vehículo espacial convertido en
cápsula impresiona ver que la
Tierra se ha convertido en una inmensa bola
azulada, como si los océanos y los continentes
estuvieran al alcance de la mano, de mi mano…
– Nos vamos al quirófano.
Estoy segura de que esta voz desconocida se dirige
a mí y ya no hay timbre metalizado en ella. Noto
que una sacudida de la superficie que me sustenta
hace que todo mi cuerpo se movilice. Reparo de
nuevo en lo poco acogedor del lugar. El envoltorio
de simple tela que pugna por rodearme sin
conseguirlo y la frialdad de la sábana que me cubre
entera salvo la cabeza no consiguen mejorar la
sensación de desamparo. Mi piel quiere rebelarse al
cambio en retroceso del que me he hecho
consciente, pero puede que no sirva de nada. Sí,
seguramente no es la cabina del transbordar
espacial donde me encuentro. No por hoy…
– ¿Estaba dormida? –continua la voz de tono
pausado y conciliador.
– No, estaba despierta. Pero sí estaba soñando –
acierto a reconocer con un hilo de voz.
– Qué bien, qué suerte. Es una forma interesante
de pasar este tiempo de espera.Y ¿era interesante
el sueño?
– Sí, sin lugar a dudas, lo era.
La escueta conversación se pierde definitivamente
apenas queda atrás el antequirófano.
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Pliegos de Rebotica
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