Revista Farmacéuticos - Nº 136 - Enero-Marzo 2019 - page 25

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Pliegos de Rebotica
2018
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l hombre necesitó diecinueve
pasos para arrastrar su
gabardina tres metros,
desde la puerta del
ascensor a la puerta de
casa.Y hubo de registrarse nueve
veces los bolsillos para dar, al fin, con
las llaves. Encaró la cerradura, forcejeó
con ella, intentó penetrarla con un llavín,
probó con otro, se le resbalaron de las manos,
estalló en una blasfemia y, milagrosamente, la puerta
se abrió más y más frente a la espesa niebla de sus
ojos.Apoyado en el quicio del dormitorio el hombre
se disculpó con la mujer que lo esperaba despierta.
—Lo siento, Esperanza, me he retrasado —y como la
voz le había salido algo turbia y cargada de saliva,
puntualizó—: me he retrasado un poco, sí.
Debo aclarar que aquel hombre ha sido durante años
mi pareja.
La mujer que esconde la cabeza bajo la almohada,
soy yo.
Sucedió hace siete años. Hace siete meses. Hace siete
semanas.Ahora sucede casi a diario.
Años atrás yo me manifestaba en favor de la pareja de
hecho. Precisamente por eso me resulta tan difícil
romper con él y recular. Mucho más difícil que a
cualquier persona casada por lo civil
tramitar una solicitud de divorcio. Pero
el caso es que nunca he creído en los
papeles.Va contra mis principios. Unos
principios y una fe en mi hombre que
se desmorona y me provoca un
aplastante sentimiento de culpabilidad
por haberlo amado poco. O por
haberlo amado mucho. O por no saber
amarlo bien. No acepto que no me
quiera; pero acepto peor que me venga
con mentiras y excusas improvisadas.
Una noche después de otra noche.
Escucho la lucha de una llave por
abrirse camino entre levas.
Es lo primero que pienso: es él; detrás de
la puerta. En la cuenca de mi estómago una
riada de contradicciones arrasa con todo.
Es el miedo.A lo que diga, a lo que calle.
A sus mentiras envenenadas de cariño.
O peor aún: al silencio hiriente, a sus
enormes espacios en blanco.
—Estuve con los amigos. De fiesta —aire
de macarra atractivo, barba fiera, sonrisa afilada,
la mentira hundida en los ojos y los dientes manchados
de vino—; pero nunca más te dejaré, Esperanza. Ni un
minuto sola, amor.
Cada barrote de mi celda tiene grabada una frase de
amor. ¿Romper? Ni lo sueñes, Esperanza: nunca te
permitirá escapar.Tal vez con el gato hidráulico del
coche consiga abrir un hueco entre barrotes y huir de
sus mentiras. Basta. Le he aguantado carros y carretas.
Me miento, me engaño, me contradigo: ya no me creo
ni a mí misma. Se acabó. Cero.
—Cero.
—¿Cero…? Cero de qué —el hombre mira a todas
partes—. Se te va la pinza, Esperanza; se te va mucho la
pinza.
De los sonetos de amor a los insultos. La escalada
verbal se torna violenta, cruel, humillante; con intención
de hacerme el máximo daño: que me mires
cuando te hablo, ¡joder! Torturas. Consigue
que me reviente la cabeza bajo un cepo de
palabras y vuelva a engancharme a las
pastillas: al LORAZEPAM, a la FLUOXETINA.
No puedo dormir. Lucho con la noche. No
quiero despertarme. No estoy en
disposición de hacer nada. He dejado
voluntariamente mis amistades, mis
aficiones. ¿Y el trabajo? Prefiere que me
quede en casa; en nuestro hogar, dice él.
He perdido oportunidades como
mujer por contentarle. He perdido
mi autonomía económica para
Andrés Morales Rotger
mi Dios, mi Rey,
mi Califa, mi Guerrero
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