A
A
comodada por fin. Dejo atrás un largo
camino, un pedregal arquetípico con
algunos paréntesis de suaves y
deslizantes arenas de playa.Ya me he
adaptado al sitio. Fue duro el esfuerzo
de conseguir esta plaza que por fin acoge el último
de mis deseos, el más repetido y el más humilde y
ambicioso al tiempo. Entorno los párpados y
permito que mis pupilas se embriaguen con esa luz
cenital que me acompaña, que nos acompaña,
porque no estoy sola. El personal pulula alrededor
ajustándose a los planes; no a los míos en
particular pero sí a aquellos a los que pertenezco.
Otros protagonistas, ahora secundarios, el resto
de tripulantes, están también ahí. No es fácil
intercambiar un mínimo comentario con ellos.Y
tampoco es momento para el diálogo; estoy bien
segura de que tienen la misma inquietud que yo
por lo que pase en las próximas horas.
Quizá en otro lugar y en otra circunstancia
resultaría fácil dejarse embeber por la diversidad
de sonidos, el significado de los matices y el
misterioso carrusel de tonos y timbres que nos
invaden. Pero no aquí, no hora. En lugar de
dejarme abrazar por la algarabía exterior de
tantos preparativos prefiero intentar sumergirme
en el silencio interior. Deseo reemplazar las
sensaciones corporales por la huida mental, por la
creación de un microcosmos propio dentro del
universo que me rodea. Necesito exprimir hasta el
más recóndito de los haces musculares y las fibras
nerviosas y dejarlos sin energía, llevarlos a un cero
absoluto de actividad para reiniciarlos bajo una
sincronía particular, la que reclama este momento
único para mí. Es fácil. Conozco bien el proceso.
Mi cabeza está relajada… Mis hombros están
relajados… Mi pecho está relajado… Mis brazos
están relajados…
Mis manos están
relajadas… Mi
pelvis está
relajada… Mis piernas están relajadas… Mis pies
están relajados…
Ahora ya puedo hacerme cargo de la situación y
aprovechar esta claridad de pensamiento que me
resulta tan sorprendente; ahora puedo centrarme
en revisar con detenimiento lo que me rodea. No
es fácil describirlo. En realidad todo es bastante
complejo, empezando por el traje espacial que me
aísla del entorno y salvaguarda mi integridad como
barrera primaria. Por si no fuera suficiente el
espesor del envoltorio como dificultad básica,
múltiples anclajes al asiento impiden
absolutamente mi movilidad. A duras penas
consigo entrever las figuras de mis compañeros de
misión. La cabeza tiene holgura suficiente en el
interior del casco pero el desplazamiento está
limitado por la compresión que ejerce la banda de
seguridad de la zona pectoral sobre los hombros.
Sé que será pasajero y que el apresamiento se
ajusta a las necesidades obvias de los próximos
minutos, que serán tan intensos como cruciales
para la misión, pero no deja de resultar
inquietante.
Es una pena que la ubicación que me corresponde
en la nave no me permita una visión limpia del
exterior. Esta segunda fila y la posición
verticalizada solo me permiten apreciar, y lo hago
saboreándolo, que el cielo es de un azul limpio y
que ni una nube se atreve a cruzar la estrecha
perspectiva que disfruto. Tiempo habrá de
maravillarse, de eso estoy bien segura, cuando
flotemos en el espacio.Vamos a emprender un
viaje de prospección exterior donde seremos, sin
duda, marionetas en manos de muchos no– sé–
quién que tendrán en sus manos nuestros
destinos. En mi caso, esto no es más que la
consecuencia de una vocación arduamente
perseguida sobre la que pesa una razón práctica
inaplazable. No habrá otra oportunidad si dejo que
ésta se pierda.
Sólo una parte de la maraña de instrumentos y
pantallas queda realmente al alcance de mi vista, la
mayoría es de pilotaje. Conozco bien cada detalle.A
pesar del papel de investigadores, todos estamos
familiarizados con los secretillos de esta nave. El
complejo y largo entrenamiento ha dado para
Mª Ángeles Jiménez
Mi s i ón espe ra
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liegos de Rebotica
2019