dedicarme a mi hombre-
sol a tiempo completo.A
mi dios, mi rey, mi califa,
mi guerrero, mi
chuloputas o algo así. Le
he entregado mi
autonomía a cambio de
quedarme con ese
sentido de sumisión
culpable que tengo
grabado en sangre por
ser mujer. De quedarme
con los antidepresivos, los
somníferos, el aire estancado
de mi dormitorio, la luz
apagada y esa vena salvaje que aún conservo y que el
día menos pensado arrancará los barrotes y puertas de
mi celda. Mañana. Un día. Pronto. ¿Y por qué no hoy?
No, hoy no.Todavía no estoy preparada. Me es
imposible no volver a verlo.
De madrugada escucho un doblar de llavines.Y ese
tañido que se desprende de las llaves cuando se
escurren de la mano y golpean contra el piso. Un
tañido estridente, agudo. Un fuerte zumbido en los
oídos. Una alarma que despierta el temor permanente
que vive conmigo. El rancio anuncio de su presencia.
Una noche después de otra noche.
Ya está aquí. Mi pareja. Detrás de la puerta. Lo he
esperado hasta tarde tratando de descifrar un
significado nuevo a sus ausencias. Pero de pronto mi
corazón da un vuelco y el poco afecto que aún
guardaba se derrama. Es el miedo. Un miedo atávico
que ha estado siempre ahí, desde la creación del
mundo, desde antes de que naciera. Miedo a su no
puedo vivir sin ti, Esperanza, amor mío; a su violencia
verbal, miedo a que discuta conmigo porque los
enfados provocan promiscuidad. Delatan los deseos
más primitivos.Apestan a sexo.
Antropología: Estudio de la realidad humana: Ciencia
que trata de los aspectos biológicos y sociales del
hombre. El impulso animal de la manada, la sumisión al
macho jefe, la aceptación total de la hembra al macho
alfa. Pienso y hablo sola: en voz
muy, muy baja.
—Calla. Cállate. No me murmures.
Psss… Sin preguntas, Esperanza —
se ha sentado en una esquina de la
cama y se ha quitado un zapato—;
hoy sin preguntas, hoy no acepto
quejas ni interrogatorios: ¿vale,
Esperanza?
La punzada del miedo flota en
nuestro dormitorio cuando regresa
amanecido, recitando palabras de
amor. No tendría por qué temerle.
Pero el amor es un demonio que
cuando te muerde no hay forma de
defenderse.Todavía pienso que su
relación conmigo es la única posible.
No dispongo ni conozco ni acepto
más alternativas; pero tampoco
estoy dispuesta a continuar así. Mi
corazón no me deja en paz. Hago
un esfuerzo por relajarme; pero
antes de controlar el descontrol
de mis glándulas de mujer ya me
ha dado la vuelta, me ha encajado
la frente en la nuca, la nariz
en el cuello y su rigor
entre mis nalgas. Hago un
sobreesfuerzo por controlar mi respiración y no gemir
como una actriz porno. ¿Que por qué cedo? No me
preguntes. No lo sé. El caso es que hay cosas detrás de
las cosas. Cosas que ni siquiera yo entiendo.
—¿A que sí? —la voz errática del alcohol, de él, de mi
compañero, de un desconocido que me viola en el
callejón de atrás—.A que eres muy, muy puta,
Esperanza.
Hasta hoy he cedido a sus posesiones diabólicas; me
he sometido a él, he permitido que me humille y, si
alguna vez me ignora, lo asumo como un castigo por
más que me repugne su calor. Soy la masoquista
culpable de consentírselo todo, de aguantar hasta lo
que no está escrito y de seguir fingiendo que lo amo
cuando ya he dejado de quererlo. Me he convertido en
un buzón que sólo acepta cartas de un solo hombre.
Alguien con quien tener sexo. Sexo esclavo, erotismo
esclavo, sumiso, violento.Alguien obligada a expiar sus
culpas. ¿Qué culpas? No te consideres culpable de
nada, me repito. No existen culpas. Bueno: pues,
entonces es que soy una mujer gravada con la insólita
necesidad de expiar culpas inexistentes.
—Me haces daño —el corazón me levanta una ráfaga
de turbación no deseada en el pecho.
Soy un pez en una pecera de cristal a quien se le agota
lentamente el oxígeno.A quien ya se le ha agotado.
Isquemia; asfixia. Me he quedado sin oxígeno en la
habitación. Un día haré volar de
una patada la pecera donde vivo
encerrada. ¿Esta noche? No ahora,
no; pronto. Si le niego mi cuerpo
igual se le cruzan los cables y me
levanta la mano. Pero pronto, sí.
Lucho por mantenerme aferrada a
este pensamiento. El último coito;
no voy a consentir que vuelva a
penetrarme. Sólo uno más y
romperé ese cerco infinito. Uno.
—Uno.
—¿Uno? Uno qué: ¿de qué me
hablas? —el hombre mira en
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Pliegos de Rebotica
2019