Revista Farmacéuticos - Nº 136 - Enero-Marzo 2019 - page 23

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empaparse de la
ingeniería aplicada que
hay tras cada
instrumento: potencia de
motores, combustible,
altímetros, pantalla de
velocidad lineal y de
velocidad tangencial,
situación gravitacional,
comandos de control de
la órbita central,
plataforma de
comunicaciones,... Podría
repasar de memoria la
secuencia de chequeo
rutinario que me corresponde, una letanía larguísima
de comprobaciones que anteceden a la definitiva
cuenta atrás final, pero sé que no puedo perderme
en mis pensamientos sin más. Soy consciente de que
la atención externa debe, esta vez, prevalecer sobre
la interna, aunque centrarme de vez en cuando en
ésta me puede ayudar a ayudar a rebajar la tensión
del momento…Y no me voy a cuestionar nada más
allá. La tensión es inevitable en un momento así y
puede que el motivo sea un punto de miedo que me
cuesta reconocer y que proviene de la
incertidumbre que me provoca lo desconocido.
Prefiero reconocerlo así, si a la vez encuentro en
ello una explicación lógica que me permita
mantener el control de mis emociones. Es obvio que
resulta difícil mantenerse insensible cuando lo que
esperas que suceda no está en tus manos sino en la
de otros y te va tanto en ello.Aun así, mejor
retorno a la atención externa porque, además, es
difícil zafarse del continuo ir y venir de mensajes
desde y hacia el control de misión a través del
audio; se acercan momentos importantes.
Por fin el máximo responsable se impone con una
única voz para adentrarnos en el avance inexorable
de la cuenta atrás. La voz de Paul, el jefe del control
de misión, llega a través del canal de audio indicando
una cifra clave: “dos minutos”. No puedo evitar que
mi mente replique creando un dígito gigante como
si la imagen entrara realmente a través de mis
pupilas. Soy consciente de que un sudor frío
está haciendo su apuesta y trata de inundar
mis manos, a pesar del
sofisticado control de
la temperatura
corporal
inherente al
desarrollo
tecnológico
del traje; sé
que el
mecanismo de control
térmico no dejará que
varíe ni en medio
punto la humedad
interior. Reparo sin
querer en que los
sensores que recogen
mis datos fisiológicos
estarán a estas alturas
interpretando una
ópera arrebatada, una
ópera sublime y mi
ópera prima. No
tengo idea de si la
dirección de la caótica
escena se la debo al corazón o al cerebro, en
cualquier caso estoy segura de que la melodía será
un engendro disparatado.
Después de haberlo visto tantas veces, en tantas
pantallas y a tantas variadas distancias, imagino
pequeños hilos vaporosos rodeando al
transbordador espacial. La pequeña vibración que
generan los motores se ha incrementado
ligeramente en el habitáculo. Sé que esta mínima
sensación que nos mece es una aproximación
insignificante a lo que ocurrirá en los próximos
minutos. Intento evadirme de su influjo mientras
sigo la implacable cuenta atrás en el monitor que
preside la nave. La posición obliga a que el peso
del cuerpo esté por ahora concentrado en la
espalda. Si todo va bien, no durará mucho; en
apenas diez minutos nuestra situación habrá dado
un giro de 90 grados y estaremos libres flotando
en el interior de la nave.
Llega el momento de la culminación de la cuenta
atrás y su seguimiento palpitante traspasa todos los
ambientes. El implacable decrecimiento numeral se
hace también con el control absoluto de mi pantalla
mental. Son los últimos segundos. Nueve, dígito
rotundo… Ocho, nítido y preciso… Siete, una
flecha alada… Seis, a punto todo… Cinco,
imparable ya… Cuatro, perfecta arquitectura…
Tres, mi número favorito… Dos, genuino y
curvado… Uno, ya estamos… Cero…
¡Ignición! Los tres motores principales y los
dos cohetes aceleradores sólidos se
escuchan rugir
imponentes y sin
querer contengo
la respiración…
¡Arriba! ¡Arriba,
¡pequeño
monstruo,
llévanos
Pliegos de Rebotica
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