Revista Farmacéuticos - Nº 127 - Octubre/Diciembre 2016 - page 12

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acía poco más de media hora que
había salido con su perro Tobi, del
almacén de Cofares de Valladolid.
La furgoneta cargada hasta arriba
de cestas llenas de medicamentos,
rumbo a las farmacias de la provincia de Ávila,
para realizar el reparto diario. Llevaba más de 10
años haciendo distintos itinerarios por toda
Castilla y León, y la red de carreteras de la zona
no tenía ningún secreto para él. Eran cerca de
las seis de la mañana, una típica madrugada de
marzo, fría pero despejada, por las muchas
estrellas que todavía lucían en el cielo.
Iba deprisa. Cuidado. Luces brillantes en mitad
de la carretera. Una figura uniformada le hace
señas. Se detiene en el arcén. “¿Algún problema,
agente?”. “Ha habido un choque en cadena y hay
afectado un camión cisterna.Va a tener que
estar parado como tres o cuatro horas hasta
que se trasvase el combustible a otro camión y
despejemos la zona.”. “Gracias, pero mejor doy
media vuelta, y cojo la carretera rural que he
dejado atrás”.
Retrocedió algo más de tres kilómetros, y
avanzó a través de una carretera semi-asfaltada,
por la cual, viendo la maleza que crecía a los
lados, hacía tiempo que no pasaba ningún
vehículo. Las farmacias no iban a quedarse sin
sus pedidos. Según avanzaba, y sin percatarse de
ello, al empezar a apuntar el sol por el
horizonte, poco a poco empezó a
levantarse una leve bruma del
suelo, probablemente debido al
efecto de los primeros rayos
solares sobre el rocío
nocturno, que se fue
convirtiendo en una espesa
niebla. “Y encima el TOM-
TOM empieza a fallar y
señala que voy por mitad
del monte”. Pero sabía
que no. Ese camino lo
había recorrido en varias
ocasiones con su padre, y
sabía que atravesaba por
mitad de la calzada
romana del Puerto del Pico.
Entre la niebla y el GPS que no marcaba nada,
empezó a ponerse nervioso. Tobi dormía a su
lado. Hacía un buen rato que debía haber llegado
a algún cruce de caminos señalizado, y por el
contrario, la carretera por la que avanzaba se
había convertido en un camino de arena. En
resumen, se había perdido. “Bueno, a estas horas
seguro que aparecerá algún tractor por algún
sitio, y me tocará preguntar, dejando al paisano
que por la noche cuente como sacó del apuro a
un señorito de ciudad, perdido en mitad de la
nada, mientras que toda la parroquia de la
taberna le ríe la historia.” Tobi se despertó. Alzó
las orejas. Empezó a aullar. Tuvo que darle un par
de gritos para que se quedase hecho un ovillo
de lana, gimiendo lastimeramente. “Estás ya
mayor, compañero. Menuda pesadilla debes haber
tenido…”
La carretera empezaba a tener algunos baches,
pero la visibilidad empezó a mejorar. El sol había
salido totalmente disipando la densa niebla.
A lo lejos, vio una figura caminando en su
dirección. “Bueno, ya tenemos aquí a nuestro
salvador”. Según se acercaba vio como el
hombre se paraba. Llevaba una especie de
camisón largo, y unas cuantas pieles a modo de
abrigo. Sus botas eran también de piel, atadas
con largas tiras del mismo material. Un ancho
gorro como los de los antiguos
buhoneros, un zurrón, y un largo
bastón, completaban su atuendo.
“Este se debe dirigir a algún
mercado medieval de estos que
ahora celebran en todos los
pueblos, aunque el mes de marzo
no suele ser el habitual en esta
zona. He visto algunos en la zona
de Levante en esta época, pero
nunca en Ávila”.
Bajó la ventanilla y le gritó: “Buenos
días jefe. Creo que me he perdido.
¿Dónde termina este camino?” El
hombre estaba paralizado. Le miraba
Juan Jorge Poveda Álvarez
Pilum
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Pliegos de Rebotica
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