P
de Rebotica
LIEGOS
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descubren su belleza por años ocultada y la
Dama de Elche su callado señorío. Ruperto
Chapí estrena
La Revoltosa
y Federico Chueca,
Agua, azucarillos y aguardiente
.
Y, en otro orden de cosas, a partir del año 1800,
los boticarios quedan como un cuerpo a
extinguir y son los nuevos farmacéuticos, que
rápidamente se transforman en Licenciados y
Doctores en Farmacia, los que en lo sucesivo se
habían de encargar de todas las funciones
inherentes a la Farmacia. (J.L. Gómez Caamaño:
Páginas de Historia de la Farmacia
).
Pero también ocurre un fenómeno social
tristemente célebre, la emigración que hace que
familias enteras abandonen su solar y que
parecen realzar la melancolía de Rosalía de
Castro:
Adiós, ríos; adiós, fontes;
adiós, regatos pequeños;
adiós, vista dos meus ollos;
non sei cándo nos veremos.
Un siglo, en fin, que contempla cómo la novela
se constituye en instrumento del pensamiento de
liberales y de conservadores y que lo mismo
sirve a Pereda y Alarcón que a Juan Valera y la
Condesa Pardo Bazán; a Leopoldo Alas y a
Benito Pérez Galdós y gesta la
Regenta
, una de
las mejores novelas del siglo XIX.
En el que aparecen Menéndez y Pelayo, Gaudí,
Albéniz, el Modernismo de Rubén Darío y, por
último, esa Generación del 98 de la que arranca
el nuevo aliento de la cultura, el que mantuvo la
presencia de España en el mundo, cuando ya
había desaparecido ésta casi por completo del
concierto internacional.
Un siglo que muere envuelto en frustración y
pesimismo a los que parece querer desafiar el
bellísimo verso de Rubén Darío:
Mientras el mundo aliente, mientras la
esfera gire, mientras la onda cordial
alimente un ensueño, mientras haya una
viva poesía, un noble empeño, un buscado
imposible, una imposible hazaña, una
América oculta que hallar, vivirá España.
Y, hasta aquí, esta humilde serie de artículos
que lo único que han pretendido es llevar, como
dice Juan Manuel de Prada, a las cuatro o cinco
señoras que me hayan podido leer, unos detalles
históricos (eso sí, rigurosos) que me he ido
encontrando en mi caminar por las páginas de
mis libros queridos y que he hilvanado bajo la
sugerencia inicial de José Vélez al que,
amistosamente, agradezco la idea.
¿Y el siglo XX? ¿Qué hablar de un siglo que
todos hemos sufrido y disfrutado; es decir,
vivido y que, por ello, nuestros propios
recuerdos van a superar a los entresijos que
podamos abrir nosotros desde aquí?
Dejémoslo, si somos capaces, en el siglo XIX,
liberal y romántico, quedando en nuestra alma
el regusto de la frágil poesía (alada, fugitiva y
sensitiva) de Gustavo Adolfo Bécquer y a esa su
dejadez melancólica y elegante parecida a los
nocturnos de Chopin…
¿O no vale más la palabra que el átomo?
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Panorámica de Cádiz
Joaquin Sorolla. El baño del caballo.