última producción que presenta el Teatro Real
estos días del Don Giovanni de Mozart, que es
lo que me ha impulsado a escribir este artículo.
Desde su estreno en Praga el 29 de octubre de
1787,este drama jocoso en el que se une a la
gracia del libreto de Lorenzo Da Ponte la partitura
más inspirada de Mozart se basaba en el conocido
mito de Don Juan desmarcándose de sus
anteriores expresiones, Tirso de Molina, Molière y
otros, presentando al protagonista como
contemporáneo de aquella sociedad, como un
libertino dieciochesco que abriría un nuevo rumbo
en el teatro cómico cantado. Aquella obra se
mantendría en el tiempo compitiendo con los
autores que en un siglo irían surgiendo y cuya
música, compuesta por un joven de treinta y
pocos años, no sería superada por ninguno.
Cuando uno acude al teatro para presenciar el
título que nos ocupa, sin duda una de las más
conseguidas obras de arte que ha producido la
humanidad, llevando en la cabeza muchas de las
versiones , algunas muy felices , contempladas
anteriormente y se encuentra con lo presentado en
el teatro, ya no sabe qué hacer, ni adónde acudir
para comprobar si todo ha sido un mal sueño.
Porque esta obra se presta como ninguna al
lucimiento de la escenografía, porque la
imaginación del autor invita a arriesgadas
innovaciones que en otras obras serían
impensables, por su gran variedad, tanto
argumental como melódica que aquí se muestra
abundantísima. Se podría decir que la enorme
gama de melodías aquí presentes hubiera bastado
para ilustrar a todo el verismo italiano.
Por lo que habíamos escuchado acerca de esta
producción no cabía hacerse muchas ilusiones,
pero verdaderamente la función de referencia no
hay por donde cogerla. Se trata de una producción
estrenada en 2010 en la temporada de Aix-en-
Provence en la que el escenógrafo Dmitri
Tcherniakov parece prescindir del feliz libreto
que en su día preparara el abate Da Ponte para
Wolfgang Amadeus Mozart. En Madrid igualmente
hemos tenido que sufrir al citado escenógrafo que
como en la localidad francesa ha pretendido
reinventar la obra, ofreciendo una cosa muy
distinta a lo que anunciaban los carteles del teatro.
Este vicio es muy común en estos tiempos y para
ello no se necesita llegar a estos escenarios, puesto
que con los medios de antes hemos presenciado
funciones infinitamente mejores.
En este caso daba la impresión que nuestro director
de escena no se había leído el libro. Era una sucesión
de cuadros que no se correspondían con lo que
estaban cantando, produciendo a veces la hilaridad y
otras provocando grandes abucheos y silbidos.
En cuanto a voces nada positivo podemos
añadir pues hubo alguno al que apenas se le oía.
Rusell Braun encarna un protagonista de escasa
entidad casi siempre superado por el Leporello de
Kyle Ketelsen, cosa que curiosamente no es la
primera vez que ocurre en esta obra. Al resto del
reparto será mejor omitirlos por hacerles un bien.
La orquesta conducida por el maestro Alejo Pérez
imprime escaso contraste a la partitura, una de las
más sobresalientes de la producción mozartiana,
que produce un desarrollo largo y monótono en
exceso y aburrido a ratos. En el atrezzo tampoco
faltaron los pantalones tejanos ni el calzado
deportivo en un alarde de imaginación.
La obra se fue extinguiendo lentamente entre
silbidos y fuerte abucheo. Y salimos entristecidos
del teatro pensando en las generaciones actuales
que estando inmersas en este desconcierto que nos
inunda, corren el peligro de no saber valorar las
auténticas dimensiones de un arte que ni siquiera
han imaginado. ..Ah !... y que para representar
una obra lo mejor es someterse al libreto y así
expresar la voluntad de los autores y si no
hacérselo saber al auditorio.
■
P
de Rebotica
LIEGOS
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MÚSICA
Wolfgang Amadeus Mozart a los 4 años ya tocaba
el clavicordio y poco después el violín; a los 5 com-
pone su primera sinfonía.
Lorenzo Da Ponte