Revista Farmacéuticos - Nº 113 - Abril/Junio 2013 - page 33

P
de Rebotica
LIEGOS
33
RELATOS
–En cierta forma sí.
–Pues en el cole no paran de hacernos recordar
cosas.
–Claro son las cosas que necesitas recordar,
otras muchas las olvidas, son inservibles.
–Vale, entonces, abu, la inteligencia es recordar
y olvidar.
–Bueno, no completamente. También hay que
saber asociar lo recordado. Ya te he dicho que
las hormigas siguen una dirección, aquella por
la que entran las exploradoras y la asocian al
número de exploradoras que han entrado por
esa dirección. Han asociado dos asuntos y lo
han convertido en un mapa para encontrar
comida.
–Pero entonces, no se puede saber si una
persona es inteligente porque no se puede saber
cuánto ha olvidado, solo lo que recuerda.
El viejo rió con ganas, orgulloso de la
sagacidad del nieto. Lo cogió de la mano y
comenzó a caminar mientras seguía diciéndole:
–En efecto, podemos saber cuánto se recuerda
pero no hay modo de saber cuánto se olvida.
Por eso, para medir la inteligencia tenemos que
averiguarla de otras formas.
–¿Cómo?
–Yo creo que midiendo la felicidad. Si
olvidamos lo inútil podemos pensar que una
persona que olvida bien se sentirá bien,
estará concentrada en sus cosas y sonreirá a
menudo. ¿Tú eres feliz?
–Si abu.
–Pues creo que eres inteligente.
–Y si algún día no soy feliz. ¿Me habré vuelto
tonto?
–Depende.
–¿De qué depende abu?
–Del tiempo que necesites para volver a ser
feliz. Si necesitas demasiado tiempo, algo va
mal. O bien estas recordando cosas que no son
útiles o estás con personas que constantemente
te recuerdan cosas que no son útiles. Si durante
mucho tiempo no te sientes feliz, habrá llegado
la hora de cambiar.
–¿Y vuelves a ser listo?
–A la velocidad del rayo, en un segundo
recuperarías la inteligencia.
–Vale abu. Si algún día no soy feliz… ¿Y si se
me ha olvidado lo que tengo que hacer?
Otra risotada del viejo y otra vez la inocente
complicidad del nieto.
–No creo que tal día llegue. Quizá el verdadero
truco sea tener la inteligencia de una hormiga
exploradora en vez de obrera. Arriesgan más
pero conocen mejor el mundo.
Con ese último pensamiento caminaron en
silencio, bajo un sol que ya ninguno de los dos
sentía tan abrasador. Ambos meditabundos, de
la mano y con paso automático. Un andar
inteligente y que aparentemente nadie
necesitaba controlar. Quizá deban hablar más de
este tema. Al menos, ambos se han dado en qué
pensar el uno al otro.
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