C
on Carlos III la generación reformista
del Despotismo Ilustrado aspiró a levantar el
nuevo edificio de España incidiendo en las
inquietudes ideológicas, en las relaciones entre
el Estado y la Iglesia, en el impulso industrial y
mercantil, en el reformismo agrario, en la
educación popular, en la estructura social…;
pero su obra no satisfizo a todos y el estallido de
la Revolución francesa dio alas a los
descontentos que llegaron a ahogar la voz del
más ilustre
representante de la
generación neoclásica,
Jovellanos, cuyo
liberalismo templado
aspiraba a conjugar el
progresismo ilustrado
con las esencias
hispánicas.
El siglo XVIII es el
gran siglo educador; es
el siglo de la cultura y
del cultivo de las
masas populares que
tuvo un sustrato poco
conocido de hidalgos y
burgueses curiosos de
novedades científicas,
coleccionistas de cuadros o de
libros de difícil adquisición. Y en
los cafés, salones y tertulias se
discuten los artículos de la
Enciclopedia
(por cierto,
prohibida por la Inquisición en
1759) y se recogen algunas de
las pasiones típicas de la
Ilustración: erudición y
coleccionismo, reforma del saber,
ciencias naturales, pragmatismo,
utilitarismo, etc. Paralelamente, de la
Academia de Ciencias de Barcelona y de
la Academia de Artillería de Segovia,
surgen los matemáticos, físicos e
ingenieros españoles del siglo XVIII,
cuyo espíritu encarna a la perfección el
alicantino Jorge Juan y Santacilia,
astrónomo, matemático, cartógrafo, ingeniero y
navegante, que se constituye en el cabecilla de
una revolución: implantar la Europa de Newton en
España (cuya obra se publicó aquí en 1787) y que,
entre otras cosas y bajo la protección de Fernando
VI, realizó una misión de espionaje industrial en
los puertos de Inglaterra, donde reclutó técnicos
para la construcción naval en los astilleros
españoles. Su casa en Cádiz terminó por
convertirse en un brillantísimo foro científico y
literario. Ciencia, marina y educación resumen su
biografía. Pero las gigantescas alas de la
Inquisición, en forma de arbitrariedad científica,
también se extendieron sobre él y su obra es un
ejemplo más de las dificultades con que la
Ilustración se abría paso en España.
También en nuestro país, el Siglo de las Luces
concedió al viaje un lugar privilegiado y el
gobierno de Madrid ordena y costea
expediciones que responden al espíritu del siglo,
completando una de las mayores aventuras
científicas de la centuria siendo el aspecto más
destacado de ellas el botánico, rama de una de
las ciencias estrella de la Ilustración: la historia
natural. Y en ellas brillan con luz propia los
nombres de Hipólito Ruiz y José Pavón, el del
navegante Alejandro Malaspina que dio la vuelta
al mundo y el de Celestino Mutis, corresponsal
y amigo de Linneo, gran botánico, descubridor
de la quina; sin embargo, muchas de las cajas
con sus envíos seguían precintadas dos siglos
después: “En esos baúles estaba parte de lo
mejor de la ciencia española del siglo
XVIII, sin abrir, como ejemplo de desidia
e incompetencia”. Toda esta
empresa del conocimiento puede
recordarse pasando por el Jardín
Botánico de Madrid, creado por
Fernando VI con todo lo que la
inmensa sabana de América
ofrecía al investigador:
América arboleda,
zarza salvaje entre los mares,
de polo a polo balanceabas,
tesoro verde, tu espesura
que cantaría Pablo Neruda.
P
de Rebotica
LIEGOS
18
Salzillo, Ángel de la Oración.
José Celestino Mutis de García del
Campo, Pablo Antonio.
Aquel
maravilloso
Siglo de
las Luces
(2ª parte)
Ángel del Valle
A Juan Pedro Iturralde,
desde el surco profundo que su amistad abrió.
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