Revista Farmacéuticos - Nº 138 - julio/septiembre 2019 - page 24

U
U
n collar de cauris vale en el top manta
de la línea naranja 90 céntimos. Un libro
de iniciación a la lectura 18 euros. Sin
tener en cuenta el valor de la inversión,
Seydou Traoré tendrá que vender 20
collares para adquirir un libro.
Se postra de rodillas, toca con las palmas la
humedad del pavimento y hace el gesto de pasarse
la palma de una mano sobre el dorso de la otra,
como si se estuviese lavando. Seydou Traoré purifica
su rostro con esa agua lustral que le regala el rocío
y levanta ambas manos a nivel de los oídos.Vuelve
las palmas planas al cielo abierto; los dedos juntos.
Sin duda Al–lah escucha a quien lo alaba. Allí, pegado
a las escaleras de la línea 10 es el lugar ideal para
que Seydou extienda su manta de motivos étnicos;
de negros y grises y blancos africanos. De brazaletes
y collares y ajorcas y zarcillos hechos de nostalgia y
conchas de cauris ensartadas con pelo de elefante.
–Es imposible sobrevivir aquí sin saber leer –Tongo
Bagayoko, negro de trencitas rastafari, zapatos sin
cordones y un irrebatible y arrogante destello de
altivez en el rostro, se ofrece para enseñarle a leer–.
Es como seguirle el rastro a las hormigas, Seydou:
aprenderás rápido.
Tongo Bagayoko vivía a orillas del Mayo–kebbi, a
siete veces siete tiros de flecha de Seydou Traoré.
Pero el día en que, por arponear un pez ballesta, el
río Mayo lo engullera en sus aguas más oscuras,
Bagayoko interpretó que el alma del río lo
repudiaba. Conque vendió su canoa, le regaló a
Seydou el arpón y la pértiga, se despidió de sus
padres y abandonó la aldea en busca de alimento.
Tenía pocos años, mucha hambre y unas prodigiosas
dotes para amenizar los festejos con ese lirismo
tribal y salvaje con que palmeaba el tambor. A
cambio de un camastro y dos comidas lo
contrataron de vacíaceniceros en la boîte de un
céntrico hotel en Bamako. Pero dos años después, a
consecuencia de la revuelta del 21 de marzo, el
hotel fue arrasado por las milicias y la sala de fiestas
reconvertida en cantina para las tropas. Del
desastre,
Tongo
Bagayoko
pudo salvar
una chaqueta
naranja, un calzón a
listas anchas y un
saxo soprano que
abandonara a la carrera
la orquesta del hotel.Y con el
dinero y los víveres que pudo reunir se embarcó de
polizón en un contenedor vacío.Tenía 17 años y un
nuevo nombre: a partir de entonces se haría llamar
Mongo. Mongo que según él significa enorme. Soy
enorme en lo mío, aclara al referirse a su música
negra. Él es Mongo, Mongo Jerry.
–Mucho barato, uno euro. –Un dinosaurio y un niño
se han detenido frente a la manta. El niño señala un
collar sin soltar el dinosaurio, fascinado por el
reflejo fragmentado de los cauris; esas conchas
africanas que en el Sahel sustituyen a las monedas en
el trueque. La madre apremia al pequeño
dinosaurio–. Sólo 90 céntimos para ti, ¡escucha!
–Escucha bien, Seydou –el hermano Mongo, el mejor
hermano de sus mil hermanos abre la primera
página del libro de iniciación a la lectura–: la
eme
con la
a
se pronuncia ma.
Como Maryama, la viudita con quien Seydou Traoré
se cruzaba cuando bajaba al río, portando sobre el
cojín de cuero una vasija en la cabeza. Maryama, la
viudita virgen, cuarta esposa de un veterano
pescador que falleció la noche de bodas por un
exceso de savia de palma, de estofado de cabra,
calabazas humeantes de arroz y mojama triturada de
pez ballesta; ese polvo de pescado seco tan
apreciado por los hombres de río para el
fortalecimiento del impulso seminal. La
eme
con la
a
,
ma.
Como Maryama, la viudita del pescador que
falleciera en su desaforado intento por encontrar
ese pececillo que ocultaba su esposa junto a la ingle.
Por su desenfrenado empeño en no dejar espacio
sin recorrer, rincón sin acariciar, fibra sin lamer,
Andrés Morales Rotger
Línea 10
hormigas africanas
24
P
liegos de Rebotica
2019
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