Revista Farmacéuticos - Nº 138 - julio/septiembre 2019 - page 18

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Pliegos de Rebotica
2019
H
Juan Jorge Poveda Álvarez
H
ace tres años que comencé mi grado
en Farmacia en la Universidad
Complutense de Madrid. Toda mi
vida he vivido en una antigua casa
del Madrid de los Austria. Corretear
por las calles del centro de la capital va asociado
a los juegos de mi niñez y recorrer los múltiples
locales y garitos de la zona, van asociados a mi
adolescencia. El paso a la universidad me impactó
de gran manera, haciendo que me centrase en los
estudios, al ver que se acercaban las
responsabilidades de la vida adulta, empezando
también a ser más selectivo en mis salidas y
compañías, descubriendo el placer de recorrer las
calles vacías durante las horas nocturnas,
apreciando detalles que solo se pueden observar
a estas horas.
2018 había sido un año
prolijo en lluvias hasta
comienzos del verano, pero
dejó paso a un calor
sofocante con alertas de
calor diarias, que obligaban a
guarecerse a la sombra o en
los aires acondicionados de
las casas, hasta la caída del
sol, cuando se podía pasear
por la ciudad, hasta la
madrugada, momento en el
que se podía sentir algo de
frescor sobre la piel. Ideal
para mis paseos.
Esa noche en concreto, a
mediados de un agosto
infernal, pasadas las tres de
la noche, tras cerrarse el
pub donde apuré la fría
cerveza que quedaba en mi
jarra, me encontré en la
Plaza Isabel II, bajando la
antigua escalinata, dirección
a la calle Mesón de Paños,
repitiendo un itinerario que había recorrido
centenares de ocasiones durante toda mi vida. El
sudor empezaba a correr por mi espalda tras
andar unas decenas de metros. En Mesón de
Paños conocía un bar que cerraba más tarde,
encaminando mis pasos para tomar una última
cerveza fría, antes de intentar conciliar un sueño
que sabía que no llegaría hasta las primeras luces
del alba.
Avanzaba lentamente, intentando captar a través
de los poros de la piel los pequeños soplos de
brisa nocturnos, cuando el instinto llamó mi
atención hacia un frío hueco que se abría a mi
derecha, poco más adelante. Avancé unos pasos
pensando que habrían derribado algún edificio
ruinoso de la calle, quedando un solar, tal hueco
que aparece en la dentadura
tras la extracción de un diente,
pero ante mi sorpresa,
encontré una pequeña calle que
empezaba en la costanilla de
Santiago, sin salida, frente a la
calle de Mesón de Paños.
Sorpresa. Había pasado cientos
de veces por la zona, y no
recordaba aquella calle. Me
adentré en su acera, que
rápidamente cambió de la
loseta de cemento normal, a un
suelo mezcla de tierra y cantos
rodados, así como las luces
eléctricas que dieron paso a
grandes antorchas sujetas por
hierros en la pared, que
alumbraban vivamente toda la
calle.
¿Alumbraban? No, realmente lo
que alumbraba era ese fulgor
en el cielo que se abría paso
según avanzaba. Parecía como si
hubiese salido el sol, pese a que
según en mi reloj no eran
El callejón de
las Yerbas
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