Revista Farmacéuticos - Nº 138 - julio/septiembre 2019 - page 19

todavía las 3.30.Y en ese instante, un griterío de
niños me hizo salir de mi sopor. Estaba en medio
de la calle, a plena luz del sol (las antorchas
estaban apagadas sobre la pared), rodeado de
varias personas que se afanaban en acercarse a
distintas tiendas y tenderetes que había en toda
la calle. Seguía sin salir de mi asombro.Y se me
encendió la luz en el cerebro: “deben ser las
fiestas del barrio, y han adornado la calle como
hace un par de siglos, por el tipo de ropas que
lleva la gente y he podido ver en los cuadros del
Museo del Prado”. Me acerqué a los puestos y a
las tiendas, y vi que casi todos eran diferentes
tipos de herbolarios repletos de distintas hierbas
y plantas medicinales, que me hacían retornar a
mis estudios de Botánica en Farmacia.Y no solo
vegetales, por lo que vi también había algunos con
partes de osamenta de animales, cráneos, trozos
de huesos, en fin, todo lo que la creencia humana
podía intuir que podía sanar. La caracterización y
decoración de la calle eran perfectas. Había
hecho un fantástico trabajo la comisión de fiestas
del barrio.
Pero también observé que los vecinos empezaban
a mirarme raro y a murmurar. Entiendo que al no
conocerme, y vestir yo mis vaqueros y mi
camiseta habituales, no iba caracterizado para la
celebración, así que salvo que ésta fuese una
fiesta privada y me hubiese colado sin querer,
supongo que ese era el motivo por el que se
sorprendían.
Sonó la alarma de mi móvil a las 3.30
exactamente, hora máxima que me permito para
deambular por garitos nocturnos, con una
estridente música de Iron Maiden, reminiscencia
de mi pasada adolescencia, y… se provocó un
pequeño caos en la callejuela. Caras de terror
cuando saqué el móvil para apagarlo, carreras
derribando algún que otro puesto, persignaciones
de buenos cristianos se generalizaban a mí
alrededor. Una niña estaba a mi lado con la cara
blanca, y al acercarle el móvil para que viese lo
que era, se alejó corriendo gritando “¡¡¡la música
del demonio, la música del demonio!!!”
Sentí un tirón en el hombro. En el umbral de una
de las herboristerías, un hombre con aspecto de
judío, por su barba puntiaguda, la túnica y el
pequeño bonete que llevaba en la cabeza, me
hacía señas para que entrase en el local. Entré de
un salto, aturdido. Cerró la puerta tras de sí, y
pasó un gran cerrojo de madera. Con un extraño
acento, con un extraño castellano, me preguntó
mi nombre y si sabía dónde estaba. Por supuesto
contesté ambas preguntas, pero me hizo una
tercera… inverosímil: “¿Y sabe vuecencia en qué
año del Señor está?”. Contesté como un
autómata. Como no iba a saberlo. En 2018.
Empezaba a pensar que esta
gente había fumado o tomado
algo que les había colocado,
muy bien colocados.
Tranquilamente, después de
recitar algo parecido a una
oración, en alguna lengua que
no reconocí, me dijo:
“Serénese vuecencia. No es
la primera vez que aparece
un extraño en esta calle,
que como habrá
vislumbrado vuesa
merced, se dedica a la
venta de hierbas y
otros remedios para
curar la salud
quebrada o el alma.
Hombres y mujeres,
de centurias pasadas
o futuras al actual
Año del Señor de
1753, aparecen por
arte de magia, de
Dios o del Maligno.
Algunos han sido
muertos por la
gente asustada,
otros han sido
presos por la
Santa Inquisición,
y no se ha vuelto
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Pliegos de Rebotica
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