Revista Farmacéuticos - Nº 138 - julio/septiembre 2019 - page 21

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l zumbido del despertador llegó, como
siempre, puntual a la cita. Eran las siete en
punto cuando el estridente sonido inundó
la habitación. Esa fue la señal que embebió
el pensamiento de Manuel al recobrar la
conciencia. Trató de recuperar los sentidos y
reconocerse en los deberes que le esperaban, pero
no acertó a hacerlo en plenitud. Un misterioso
dolor en el costado comenzó de repente captando
del todo su atención.Visualizó su cuerpo, y en el
entorno de la cintura reconoció un punto de alerta
desconocido. No, esa punzada no le era familiar y
eso despertaba, de nuevo, esas alarmas prácticas
que tan bien conocía. Quiso compensarlas
cambiando la posición.Volteó las sábanas e inició un
movimiento circular de su anatomía tratando de no
caer en la trampa envolvente de un pijama
decididamente estrecho. Se giró hacia la izquierda;
no funcionó. Giró hacia la derecha; no, tampoco se
calma, pensó de forma atropellada.
Pasaban los minutos y la luz del día empezaba a
romper con discreción la suave intersección con la
noche mientras su malestar no cedía. Qué fastidio
tan estúpido, se quejó para sí. Puede que hubiera
una explicación lógica que le acercara a escoger
alguna actitud práctica. Quizá la razón de
aquella exclusiva focalización era tan simple
como un mal movimiento nocturno; quizá un
exceso de intensidad en alguna posición
defensiva; quizá fuera un golpe
inadvertido; o quizá la
explicación era más compleja y
se trataba de un cólico biliar o
hasta puede que una
traicionera apendicitis. A pesar
de su intento real de ocultar
los malos pensamientos, la
preocupación volvía a nublar su
cabeza apenas se reiniciaba
aquella puñalada trapera que le
perseguía. Siendo él como era y la
mala suerte que tenía con la salud
cualquier cosa podía pasar.
Sabía que la esperanza para ponerle
nombre al quejido de su
costado residía en los
insondables secretos de su reloj
digital que, como todas las noches, dejaba cargando
en el salón. Aquel pequeño engendro endemoniado,
lo reconocía abiertamente, había terminado por
convertirse en un auténtico dictador. Pero confiaba
en él, sin duda confiaba en él. No en vano recurría
a su programación pormenorizada para el
escrutinio cualitativo y estadístico de su actividad
diaria; no en vano obedecía escrupulosamente las
órdenes que emitía esa pequeña cajita de sorpresas.
En correspondencia, el engendro aceptaba de buen
grado las pequeñas desobediencias de Manuel,
asumiendo en su limitado poder de inteligencia
artificial el complejo entramado de contradicciones
personales.
Titubeante aún, bajó de la cama aferrando con la
mano diestra el abultado contorno del michelín que
un escuálido volumen muscular y una generosa
bolsa grasa formaban en el costado. Caminando casi
a ciegas por un pasillo tintado de nocturnidad,
buscó el reloj como si de un salvavidas se tratase.
Al activar la pantalla, el primer mensaje de “Carga
completa” le transmitió la seguridad de que
podía contar con él un par de días, pasara
lo que pasara. Siguiendo el árbol de
opciones que se le iban ofreciendo
fue pulsando en los iconos adecuados
hasta llegar al apartado de buscaba.
Apenas unos segundos después de una
rápida elección de síntomas y una vez
comprobados los parámetros fisiológicos
básicos, la lectura que se ofrecía a
través del cristal templado era
contundente: “Acuda al Centro
de Salud”. Un más que apreciable
fruncimiento del entrecejo se
dibujo en la frente de Manuel al
tiempo que un discreto escalofrío se
deslizaba desde la nuca hasta el
talón. Dedujo que los terabytes de
información biomédica que habían creado la
inteligencia artificial de aquel aparatito
sorprendente habían hecho una indicación
contundente y que el problema no era
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Pliegos de Rebotica
2019
Mª Ángeles Jiménez
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