Revista Farmacéuticos - Nº Número - 132 Enero-Marzo 2018 - page 27

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Pliegos de Rebotica
2018
—¡No quiero sudacas en mi tren!
Pero antes, que pasaran por caja, uno a uno, sin
aglomeraciones. Que fueran entregando la
recaudación de la mañana, aquí a su colega o
lugarteniente; hasta el último centavo. Buena gente.
La egipciaca esa de los kleenex y las penas, también.
—¡Que no te me escaquees, gitana! —los ojos
fuera de bolsa, de tanto que forzaba la voz.
Buena gente siempre les pareció a don Eugenio.
Duele que les traten mal. Nadie protesta, nadie se
mueve, tampoco habrá denuncia contra tanta
xenofobia infame. A don Eugenio le duele las cañas
de los huesos y el recuerdo negro con que de
joven se sacudía de encima a cualquiera con
aspecto de no tener los papeles en regla. El caso
era vetarles la entrada al local. Eugenio con la
rodilla todavía en su sitio, se pagaba la carrera con
lo que ganaba de agente de seguridad en la puerta
de una disco, y en la puerta la tez terrosa del
marroquí insistiéndole, yo trabaja duro para dinero
bueno, entorpeciendo el paso de los habituales,
parado frente a Eugenio, con su mirada lejana de té
a la menta, con su concha de cauri colgada al cuello,
con su cigarrillo de cañamones liado a mano. No
tienes los papeles en regla; y le daban de guantazos
hasta que el moreno se le borraba del rostro;
confiesa. Confieso que luego, era sólo cuestión de
lavarse bien las manos y limpiarse la conciencia con
una copa. Sin brusquedades. Pero ni las copas ni mil
duchas lavan a conciencia una conciencia cobarde;
confiesa Eugenio.
El tren toma una curva fuerte y oscura y se detiene
con inusual brusquedad. A don Eugenio se le clava
la frenada en la raíz de la
rodilla. Las puertas
correderas se han
abierto. No es su parada;
pero don Eugenio se
apea. Se apea del tren
porque le parece que
cambiando de sitio se
cambia el dolor; se
cambian los recuerdos; se
deja atrás la vergüenza.
Los pasillos que desaguan
a la línea 4 se llenan
rápidamente de personas,
de fluorescentes que
parpadean, de
inoportunos tramos de
escalera, de filtraciones
de humedad tapizadas de
aserrín.
Don Eugenio es el
penúltimo en alcanzar el
borde del andén. El
musgo aún en la rodilla.Y a escasa distancia las
cuatro sudaderas de algodón y lycra y capucha, los
pantalones de camuflaje, la cresta pintada de
amarillo y aquella sonrisa de líder, jodedora y
envilecida, que crea cierta confusión en su belleza
huesuda de heroinómano en tratamiento. Supone
que está arengando al grupo porque ve brillar
intermitentes las palabras sobre el taladro de la
lengua. Las ve pero no las oye. A la voz se le
superpone el brillo de las palabras y el chirrido
eléctrico del tren asomándose por la boca más
alejada del túnel.
El tren de la línea 4 se aproxima a las cuatro
sudaderas trayendo consigo un frío espantoso. La
voz que lidera el grupo pierde brillo, se hace
espesa, tartamudea sacudida por un temblor
violento. El muchacho de la cresta pintada se
balancea al borde del andén con el convoy a
escasos metros de él. No cae enseguida. Por un
momento parece que va a recuperar la verticalidad.
Mantiene el cuerpo erguido, como suspendido del
aire por hilos imaginarios.Y cuando su agónico
aleteo no consigue aguantar el equilibrio y el
desplome resulta inevitable, don Eugenio lo agarra
del brazo. Las cámaras de seguridad graban la
secuencia en que don Eugenio Álvarez Sacristán,
jubilado de 69 años, rescata al joven J.E. de morir
arrollado por un tren de la línea 4.
El impacto contra el muslo del chico ha sido duro.
Don Eugenio se frota la rodillera del pantalón. La
pierna que tan bien sabe predecir el tiempo acusa
el esfuerzo realizado; confiesa.Y confiesa y declara
y rubrica que él fue un vándalo irrecuperable, un
subversivo delator y un canalla misógino. Confieso
que mi primer impulso fue arrojar al chaval de la
cresta a las vías porque me
recordaba demasiado a mí.
Pero confieso que fui un
cobarde lo suficiente valiente
para sujetarle del brazo y
evitar que acabara
despedazado entre los ejes del
ferrocarril. Eugenio vuelve un
momento la cabeza y ve a la
gente agrupada en corro. A sus
espaldas el rumor queda
paulatinamente atrás. Le duele
la rodilla. Abandona la boca de
la línea 4 hacia el parpadeo
blanco y líquido del sol. El
tráfico en la calle es fluido y
no muy lejos de allí palpita la
cruz de una farmacia.
Primer Premio XXXV Certamen
Literario
"Castillo de San Fernando"
Bolaños de Calatrava (Ciudad Real)
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