a pesar de su apariencia de total realismo, la
elucubración creativa que había hecho la niña
se pasaba una y otra vez por mi mente. ¿Sería
de verdad un hada aquella mujer enigmática?
Decidí seguirla. Nada tan motivante como la
curiosidad; nada tan complejo y mentiroso
como la deducción a partir de las conductas.
Me olvidé completamente de tratar de asistir
en primera fila a los momentos críticos del
rodaje de la barca hacia el agua, que tantas
respiraciones detenía, para instalarme sin más
en la persecución de la sombra. Terminé por
caer en una exploración instintiva, guiada
materialmente por la fuerza de sus envoltorios
y de forma etérea por la sinrazón de mis
elucubraciones. Al cabo de unos minutos me
escindí voluntariamente del grupo de amigos.
-Os veo luego en Kiko. Me voy a perder un
rato. Tengo unas fotos que hacer –dije al más
cercano mientras esbozaba una sonrisa de
complicidad.
Era muy consciente de que el seguimiento de la
mujer no iba a ser fácil y que llegaría pronto a
su límite. Sabía que la proximidad de los túneles
que comunicaban con el pueblo vecino pondría
pronto en riesgo el seguimiento. Con seguridad
la perdería de vista en algún momento, y
acercarme más sólo conseguiría delatarme. Eché
de menos algunos de mis argumentos favoritos
de buena novela negra y encontrar alguna
solución inteligente que me ayudara en la misión
de espionaje. Falta de inspiración, a no más de
30 metros de ella y amalgamada con intención
por las decenas de paseantes de toda edad, vi
como la mujer traspasaba la sombra del primer
túnel. Aliviada reconocí
con claridad el
contorno inconfundible
de su sombrero
contrastando con la luz
ya mortecina que se
abría al final de las
paredes excavadas.Y así
continuamos en los dos
siguientes túneles: ella,
quizá, ajena a mi
seguimiento, yo
expectante al balanceo
rítmico de su tocado.
La curva del último de
los pasajes tampoco
era pronunciada. Sin
embargo, la situación ya
no me era favorable. La
noche había terminado por imponerse y la
claridad artificial era apenas un remedo sutil
pero insuficiente de la luz natural.Y ahí estuvo
mi error, quizá el único pero el definitivo. Al
acabar el último de los pasajes, además de la
salida principal, una escalera condenadamente
empinada y esculpida entre peñascos se ofrecía
como acceso opcional a la parte superior de
los acantilados. Llevaba a una zona habitada y
se necesitaban condiciones verdaderamente
atléticas para auparse por ellas con rapidez. Ni
la reina de las amazonas remontaría los 100
escalones prácticamente verticales hasta llegar
a la cima y conseguiría desaparecer en menos
de un minuto.Y sin embargo no pudo ocurrir
de otra manera, la figura inconfundible de la
mujer no estaba en el paseo y en el desarrollo
zigzagueante de los escalones hacia la parte
superior del acantilado no se divisaba a nadie.
La aparente disolución en la nada de las
sombras de la mujer aún me llevó más de una
hora de comprobaciones. Pero al final me
rendí. A la vuelta, la distensión de la charla con
mis amigos y lo apetitoso del pescaíto que
aguardaba en la mesa me perdieron por un
rato de las elucubraciones. Pero Lucía no había
olvidado la referencia común de la tarde.
-¿La has seguido? –me susurró.
-Sí, pero la he perdido en
los túneles. Es como si se
la hubiera tragado la
tierra– le expliqué aún
estupefacta.
-Te lo dije. Era un hada y
no ha querido que la
siguieras.Y a lo mejor
también te desaparece de
las fotos.Ya lo verás
–insistió la niña.
Y a día de hoy, pasados ya
algunos meses de aquella
tarde, me pregunto cuánto
tardará en cumplirse su
predicción.
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33
Pliegos de Rebotica
´2018
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