Revista Farmacéuticos - Nº Número - 132 Enero-Marzo 2018 - page 17

recinto, con toda una legión de asaltantes
nocturnos que mantenían activos a los vigilantes
día y noche.
Fue precisamente una noche, en la que me había
quedado rezagado, comprobando la solidez de la
estructura que debía soportar el botamen en la
botica, cuando alertado por un ruido metálico
en una de las ventanas de la sala, tras
agazaparme en un rincón, vi como entraba a
través de ella una figura dentro de la restaurada
botica. Esperé que cerrara la ventana, antes de
encender las potentes luces que habíamos
instalado en las esquinas para no dejar ángulos
muertos en la iluminación, descubriendo a una
joven con ropa deportiva y una pequeña
mochila que me miraba, con igual parte de
sorpresa que de furia por haber sido
descubierta. Forcejeamos breves segundos, pero
al final hubo de rendirse a ser retenida. Más
tranquilos, un breve interrogatorio, y el que
puso cara de sorpresa fui yo: resulta que es una
joven que está doctorándose en historia, la cual
había encontrado dentro de los fondos
existentes en su facultad, un viejo manuscrito
del s-XVI, procedente del monasterio, en el que
se relata la llegada de los marineros con los
carros cargados de oro y plata, del miedo que
tenían en transportar todo ello por los caminos,
y del acuerdo con el abad en dejar solo el oro a
su custodia, intentando llevar la plata hasta la
corte, y volver con mejores medios para
recoger el resto. Ahora ya sabía que la historia
era real, y el motivo por el cual habían sido
asesinados por el camino la tripulación: robarles
la plata de la caravana. También se mencionaba
que el oro fue descargado en la botica del
monasterio, y por eso estaba ella allí.
Una vez requisado el libro, pues lo integraría
dentro del fondo del monasterio, notificada su
nueva situación a la universidad, le dejé que
revisase la estancia de la botica. No había nada.
Ante su insistencia de que pudiese estar
enterrado bajo las losas, le informé que antes de
consolidar las baldosas del suelo, habíamos
rastreado con un potente detector de metales
el subsuelo por ver si podía haber algún tipo de
conducción moderna instalada en algún
momento (imposible, pero es lo que indica el
protocolo de reforma de edificios antiguos,
PREA), y que el resultado era negativo, por lo
que debajo de las losas, no había nada metálico.
Su respuesta fue que estaría en los túneles, o en
las catacumbas (como pensaban todo el resto
de furtivos visitantes nocturnos), o quizá en
manos de los funcionarios u expoliadores que
hicieron la desamortización en el siglo XIX.Y en
estas disquisiciones adivinatorias estábamos,
cuando en un instante recibí un golpe en la
cabeza, viendo como la joven se lanzaba
corriendo hacia la ventana, mientras mi cabeza
chocaba con las estanterías que hacía un par de
horas había empezado a revisar.
Mis sueños se mezclaron.Veía a un viejo soldado
español disparando un arcabuz contra los
árboles. Un monje atendiendo a un moribundo
con barba de varios días y un aro en la oreja.
Un jaguar dorado que se abalanzaba sobre la
joven universitaria. Los primeros rayos de sol,
golpearon mis ojos a través de la ventana
todavía abierta. Me dolía la cabeza. Me
incorporé poco a poco. Mi cerebro estaba
funcionando al mil por cien, y las neuronas me
abrasaban, no sabía si por el golpe, o por toda la
información que empezaba a encajar en mi
cerebro.Vi el letrero en latín en la sala de la
antigua botica.Volvieron a mi mente las clases
de latín del instituto. Sí, me gustaba, incluso se
me daba también bastante bien el griego.
Y entonces lo entendí todo. Lo listos que eran
los monjes boticarios cistercienses. La
traducción que hice nada más llegar era errónea.
No es “La salud es oro”, si no “La salud es de
oro”. Lo había tenido delante de mis narices
todo el tiempo.Todo el mundo lo había tenido
delante. Con manos temblorosas raspe con mi
navaja la mugre negruzca que cubría el almirez.
Los rayos de sol arrancaron una iridiscencia
dorada debajo de la gruesa capa grasienta.
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Pliegos de Rebotica
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