Revista Farmacéuticos - Nº Número - 132 Enero-Marzo 2018 - page 29

Afirmación que en el Auto Cuarto
confirma y puntualiza Lucrecia:
“Señora, perfuma tocas,...”
¿Tanta importancia tenían los
perfumes en aquellos tiempos como
para que Celestina se dedicara a
fazerlos? Porque, claro y como se
dice ahora, esta mujer no daba
“puntada sin hilo” o como se decía
entonces: “nunca metía aguja sin
sacar reja”. Indudablemente, eran un
complemento a la servidumbre
cosmética de su profesión y de su
oficio, pero es que, además, los
perfumes y las plantas aromáticas
ocupaban un papel destacado e
importante en la higiene de aquella
época. No sólo eran cosméticos en sí mismos o
entraban a formar parte de preparados cosméticos
según acabamos de ver en “el negro de humo
perfumado”, es que también se empleaban en la
lucha contra enfermedades pues muchos tienen
acción antiséptica: durante las grandes epidemias se
quemaba laurel en las casas y en las puertas de las
casas y también, por sus semejantes virtudes, el
tomillo, la salvia y el romero, y el sahumerio de
este último preservaba la casa del aire corrupto y
la pestilencia.
Abundando en esto, digamos que para perfumar
habitaciones y expulsar el aire viciado, se empleaba
una mezcla de polvos de estoraque, de benjuí y de
otras plantas aromáticas y se añadía agua de azahar,
colocándose el conjunto sobre ceniza caliente.
No dejemos de considerar los espesísimos olores
corporales de aquellas personas y señalemos que el
almizcle se usaba mucho para neutralizar el de las
axilas.
Si a todo esto unimos el que algunos perfumes
estimulan las fuerzas aletargadas que Celestina
nunca quería ver así para la buena marcha de su
negocio, no nos debe extrañar que Pármeno señale
el de perfumera como el segundo de sus seis
oficios.
Encajando en todo lo anterior, extraigo del
Décimonono Auto lo que Sosias dice refiriéndose a
Areúsa: “Echaba de sí en bullendo (moviéndose,
removiéndose) un olor a almizcle. Tenía unas manos
como la nieve, que cuando las sacaba de rato en
rato de un guante parecía que se derramaba azahar
por casa”.
Todo olor fuerte es bueno
”, sentencia Celestina en el
Séptimo Auto, dando a los olores, casi, casi, el
carácter de medicina, de melezina como se decía
entonces. (¿Nos sitúa la genialidad de Rojas en un
anticipo de la aromaterapia actual?).
Celestina elaboraría sus
perfumes seguramente con los
compuestos más frecuentes en
Europa: flores de azahar, de
lavanda, de jazmín, de tomillo, de
salvia, de nardos, de romero, de
claveles, de lirio de Florencia, etc.,
etc.Y los demás, que eran escasos
y costosos por su procedencia
oriental (Arabia e India), los
“falsificaba”, “los imitaba”: “
falsava
estoraques
–prosigue Pármeno sin
solución de continuidad, como un
aspecto más de su oficio de
perfumera-,
menjuy, amines, ámbar,
algalia, polvillos, almizcles,
mosquetes
”. Es decir, falsificaba,
repito, los más caros y apreciados.
¿Cómo se iban a detener ante tamaño fraude los
nulos escrúpulos de nuestro personaje?
Pero, además, hacía “aguas para oler”; es decir, aguas
aromáticas que también se empleaban para perfumar
cabellos, sin olvidar su acción tónica y refrescante de la
piel.“Sacava aguas para oler, continúa Pármeno,
de
rosas, de azahar, de jazmín, de trébol, de madreselvia y de
clavellinas, de mosquetas, almizcladas unas, otras
pulverizadas con vino”; o sea, unas mezcladas con almizcle
y otras en infusión con vino
(Esta última técnica era
frecuentemente empleada en la industria del perfume
en la Francia del s. XVIII, lo que viene a corroborar una
vez más que Celestina sabía lo que hacía).
Y una vez visto el apartado de los perfumes y aguas
de oler, nos encontramos con que
“hazía solimán,
afeyte cozido, argentadas, bujelladas, cerillas, llanillas,
unturillas, lustres, luzentores, clarimentes, alvalinos
”.
Y fuera de este monólogo de Pármeno, nos
encontramos con otros afeites por ella
confeccionados: el alcohol, ya visto. El albayalde que
citará la propia Celestina en el Auto Tercero: “
Aquí
llevo un poco de hilado en esta mi faltriquera. Assi como
alcohol, albayalde y solimán
”. Hacía ungüentos y
unturas, -¿para qué, si no, los untos y mantecas que
veremos más adelante? – y con ellos ungiría la cabeza
y todo el cuerpo a los que fueran a su casa a tomar
baños. Las posturas blancas y coloradas de las que
hablará Pármeno en el Sexto Auto y que no son más
que afeites que se aplican, que se ponen, para
embellecer el rostro, las primeras con el albayalde y
las segundas con polvos de cinabrio.
No podían faltar en esta relación las populares
“mudas”, citadas por Areúsa como “mudas de mil
suciedades” y de las que poco más sabemos.
Y todos estos preparados se pueden incluir en la
denominación común de afeites; es decir, de
cosméticos, que Celestina conocía, preparaba y
aplicaba magistralmente.
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