Revista Farmacéuticos - Nº Número - 132 Enero-Marzo 2018 - page 16

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uenta la tradición, que en la vieja
abadía cisterciense de Oseira, se
encuentra enterrado un enorme
tesoro, cuyo origen se pierde en los
tiempos de los conquistadores
españoles, cuando una nao española volviendo
de las Américas, tuvo que desviar su rumbo
sevillano por las tormentas, hasta las costas
gallegas, y tras descargar su cargamento para
trasladarlo al tesoro real, era tal el miedo que
tenían los marinos a los ladrones y los bandidos
que infestaban los caminos, que dejaron el
tesoro en el monasterio, protegido a buen
recaudo por los monjes. Los marineros fueron
todos asesinados en su retorno a la Corte, por
lo que el tesoro sigue escondido en algún sitio
del monasterio, en algún oscuro rincón...
Dentro de un proyecto general de restauración
y reapertura del edificio del Monasterio de
Santa María la Real de Oseira en 2008,
comenzamos las obras de recuperación de la
botica de la abadía con un objetivo muy claro:
demostrar la importancia que tuvo en siglos
pasados esta actividad en toda la comarca, pues
se acercaban a ella por su fama todo tipo de
enfermos, parturientas, familiares con sus
moribundos, o peregrinos del Camino de
Santiago, esperando un rayo de luz de esperanza
que pudiesen aportar los monjes boticarios. La
obra era mitad restauración, mitad recreación,
pues además de un gigantesco almirez, algunos
libros de la botica guardados en la biblioteca del
monasterio, un botamen con 38 piezas del s-
XIX de la fábrica de Sargadelos, y el lema en
latín en la gran sala, que proclama “La salud es
oro”, poco más se salvó tras la desamortización
de 1835, en la que se vendieron
todos los bienes de la
comunidad. Los libros y el botamen se salvarían
porque habría tal cantidad de ellos, que no se
pudieron deshacer de todos. El almirez con el
que se triturarían la mayoría de sustancias y
plantas utilizadas por los monjes para
restablecer la salud, porque al pesar más de una
tonelada de bronce fundido, no lo pudieron
sacar de la sala.Y el letrero porque está
esculpido y pintado en la pared.
Desde el primer día tuvimos pequeños
incidentes, que al principio achacábamos a la
curiosidad de los lugareños ante la apertura de
un edificio cerrado desde hace décadas,
encontrando personas dentro de las obras, que
escapaban nada más vernos; vigilantes nocturnos
que eran alertados por las alarmas dos o tres
veces cada noche, al notar movimientos en las
salas, a las que accedían rompiendo los seguros
temporales que habíamos puesto en puertas y
ventanas, incluso alguno de los obreros, quizá
afectados por el ambiente medieval que se
respiraba en todo el edificio, juraba ver formas y
siluetas extrañas en el fondo de las sombras de
los rincones, aunque esto último mi intelecto
me decía que era debido a la falta de oxígeno
limpio en el ambiente, o a emanaciones de gases
subterráneos que pudiesen ascender desde las
tumbas de las catacumbas, al ser un edificio
cerrado, sin ventilar desde hace años, con
túneles y pasadizos centenarios.
Pero una vez que nos contaron las viejas
leyendas del tesoro escondido, el cambio de
visión del tema fue radical: estaban intentando
acceder a los túneles para ver si podían hacer
realidad la leyenda, y por algunos agujeros en el
suelo y destrozos que encontramos en las
tumbas de los monjes en las catacumbas,
supimos que nos enfrentábamos a buscadores
de tesoros en pleno siglo XXI.Y así
continuamos durante un mes, en el que
jugábamos al ratón y al gato por todo el
Juan Jorge Poveda Álvarez
Oseira
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