Revista Farmacéuticos - Nº Número - 132 Enero-Marzo 2018 - page 9

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Pliegos de Rebotica
2018
por ejemplo, la técnica
de diseccionar un
tejido humano hasta
filetearlo.
—Fíjense, amigos míos…, es
menester que presten mucha
atención —explicaba
ceremonioso trinchando el
sucedáneo de cadáver—, fíjense en
el ángulo que debe formar el anular
con el índice al empuñar el
instrumento. ¡Nunca menos de treinta
grados! —Y remataba, vehemente, la voz
atiplada—: ¡Son estos pequeños detalles
los que revelan de un vistazo al buen
cirujano forense!
A continuación blandía el cubierto para ofrecerlo
a quien quisiera imitarle y demostrar que lo
había captado. Un alboroto de manos y una lluvia
de «¡yo, yo!» le respondían.
—¡Señores alumnos, formalidad...! Hum...
Veamos..., usted mismo, Atienza, proceda,
proceda...
Y entonces se recostaba en el asiento y permitía
que Atienza destrozara
sañudamente el bollo.
Mientras, él los
miraba complacido
uno a uno, como
el pastor que
observa a sus
ovejas y calcula
la lana que cada
una puede dar de sí. Al
cabo, solía emplazarles para
una próxima lección.
—Caballeros
—sonreía igual que un
padre bondadoso,
guardando el reloj de
plata en el bolsillo del
chaleco—, es hora de
levantar la sesión. Si
ustedes me prometen comportarse,
el jueves continuaremos la clase
aquí mismo.
El día que don Gervasio
murió entendieron como un
mal presentimiento que fuera
la asistenta —recién
descubierto el cuerpo sin vida—,
la que cogiera el teléfono para
responder a la llamada desde la
cátedra de la facultad, donde un escogido grupo
de ayudantes llevaba un buen rato extrañado por
el retraso. Los ya doctores Darío Atienza y
Carlos Luján solicitaron el honor de realizarle la
autopsia y emitir el certificado de defunción
antes de enterrarlo, al día siguiente, ante una
nutrida concurrencia de amigos y alumnos. El
testamento indicó que los cuantiosos bienes del
difunto se destinarían a una fundación dedicada a
investigaciones médicas.
Nada más salir del aparcamiento Darío telefoneó
desde el coche a su antiguo compañero.
—Hecho, Carlos.
—¿Cuándo lo va a tener el juez?
—Como muy tarde, mañana a mediodía.
—Estupendo. ¿Qué te parece si comemos juntos
el viernes y brindamos por su recuerdo?
—Me parece muy buena idea. A las dos y media,
donde siempre.
Llegado al despacho de su casa Darío releyó la
copia del informe. En los términos profesionales
pertinentes certificaba que, tras confrontar las
muestras de ADN extraídas al cadáver de don
Gervasio Fuentes Rodrigo -
exhumado días atrás en presencia
del juez y en la suya propia– con
las del demandante, procedía
descartar con el cien por cien de
fiabilidad la relación paterno-
filial del primero respecto
al segundo.
Luego sacó una carpeta de
fotos guardada en el
fondo de su caja fuerte.
Tal vez fuera un buen
momento para repasarlas.
Conservaba en ella las
Polaroid que su colega y
amigo Carlos Luján hizo en
la morgue del hospital una
lejana tarde cuando, entre
alguna que otra lágrima, ambos
realizaron la autopsia al cuerpo
de su querido profesor. En
alguna de las fotos
correspondientes al tren
inferior podía distinguirse a la
perfección, bajo el poblado y
canoso monte de Venus, un
clítoris aún levemente
sonrosado.
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